IGLESIA CONVENTO
SAN BUENAVENTURA
ANGOL
IGLESIA - CONVENTO SAN BUENAVENTURA DE ANGOL
Es la iglesia-convento más antigua de la Región de La Araucanía.
Construído a medidados del siglo XIX por los monjes franciscanos, la arquitectura es la típica de la orden de tipo colonial, con influencias gótico-neoclásicas.
En 1863 se bendijo la primera piedra fundacional, para cumplir así la importante labor de evangelización y pacificación en tierras araucanas.
En 1867 el franciscano Leopoldo Escatulini asumió como arquitecto para concluir la iglesia, continuando luego el prefecto Pinicio Pardini, que levantó además el convento y los edificios para la escuela, el taller de zapatería, la carpintería y los dormitorios para los alumnos indígenas.
El convento fue el segundo en importancia en la zona sur luego del de Chillán.
En 1891 se construyó un edificio de dos pisos para la habitaciones de los sacerdotes.
El templo fue seriamente afectado por el terremoto del 27 de febrero de 2010, siendo restaurado y entregado el 8 de septiembre de 2012 con una procesión y misa, en la que participó toda la comunidad angolina.
(ADAPTADO DE: “Reconstrucción Patrimonial en Chile 2010-2012”, Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, 2013; y Angol-OFICINA DE TURISMO MUNICIPAL, www.angolturismo.es.tl)
UBICACION: Calle Vergara N. 825 esquina Covadonga, Angol
SAN BUENAVENTURA
(1217-74), Cardenal, general de la Orden Franciscana, Doctor de la Iglesia. Fiesta: 15 de Julio.
Nació alrededor del año 1218 en Bagnoregio, en la región toscana; estudió filosofía y teología en París y, habiendo obtenido el grado de maestro, enseñó con gran provecho estas mismas asignaturas a sus compañeros de la Orden franciscana. Fue elegido ministro general de su Orden, cargo que ejerció con prudencia y sabiduría. Escribió la vida de San Francisco.
Fue creado cardenal obispo de la diócesis de Albano, y murió en Lyon el año 1274. Escribió muchas obras filosóficas y teológicas. Conocido como el "Doctor Seráfico" por sus escritos encendidos de fe y amor a Jesucristo.
De sus escritos:
-Corazón de Jesús, Fuente Viva
-La Sabiduría misteriosa revelada por el Espíritu Santo
-Corazón de Jesús, Fuente Viva
-La Sabiduría misteriosa revelada por el Espíritu Santo
Vida de San Buenaventura
Lo único que sabemos acerca de este ilustre hijo de San
Francisco de Asís, por lo que se refiere a sus primeros años, es que nació en
Bagnorea, cerca de Viterbo, en 1221 y que sus padres fueron Juan Fidanza y
María Ritella. Después de tomar el hábito en la orden seráfica, estudió en la
Universidad de París, bajo la dirección del maestro inglés Alejandro de Hales.
Buenaventura, a quien la historia debía conocer con el
nombre de "el doctor seráfico", enseñó teología y Sagrada Escritura
en la Universidad de París, de 1248 a 1257. A su genio penetrante unía un
juicio muy equilibrado, que le permitía ir al fondo de las cuestiones y dejar
de lado todo lo superfluo para discernir todo lo esencial y poner al
descubierto los sofismas de las opiniones erróneas. Nada tiene, pues, de
extraño que el santo se haya distinguido en la filosofía y teología
escolásticas. Buenaventura ofrecía todos los estudios a la gloria de Dios y a
su propia santificación, sin confundir el fin con los medios y sin dejar que
degenerara su trabajo en disipación y vana curiosidad.
La oración, clave de la vida espiritual
No contento con transformar el estudio en una prolongación
de la plegaria, consagraba gran parte de su tiempo a la oración propiamente
dicha, convencido de que ésa era la clave de la vida espiritual. Porque, como
lo enseña San Pablo, sólo el Espíritu de Dios puede hacernos penetrar sus
secretos designios y grabar sus palabras en nuestros corazones.
Tan grande era la pureza e inocencia del santo que su
maestro, Alejandro de Hales, afirmaba que "parecía que no había pecado en
Adán". El rostro de Buenaventura reflejaba el gozo, fruto de la paz en que
su alma vivía. Como el mismo santo escribió, "el gozo espiritual es la
mejor señal de que la gracia habita en un alma."
El santo no veía en sí más que faltas e imperfecciones y,
por humildad, se abstenía algunas veces de recibir la comunión, por más que su
alma ansiaba unirse al objeto de su amor y acercarse a la fuente de la gracia.
Pero un milagro de Dios permitió a San Buenaventura superar tales escrúpulos.
Las actas de canonización lo narran así: "Desde hacía varios días no se
atrevía a acercarse al banquete celestial.
Pero, cierta vez en que asistía a la Misa y meditaba sobre
la Pasión del Señor, Nuestro Salvador, para premiar su humildad y su amor, hizo
que un ángel tomara de las manos del sacerdote una parte de la hostia
consagrada y la depositara en su boca."
A partir de entonces, Buenaventura comulgó sin ningún
escrúpulo y encontró en la santa Comunión una fuente de gozo y de gracias. El
santo se preparó a recibir el sacerdocio con severos ayunos y largas horas de
oración, pues su gran humildad le hacía acercarse con temor y temblor a esa
altísima dignidad. La Iglesia recomienda a todos los fieles la oración que el santo
compuso para después de la misa y que comienza así: Transfige, dulcissime
Domine Jesu...
Celo por las almas
Buenaventura se entregó con entusiasmo a la tarea de
cooperar a la salvación de sus prójimos, como lo exigía la gracia del
sacerdocio. La energía con que predicaba la palabra de Dios encendía los
corazones de sus oyentes; cada una de sus palabras estaba dictada por un
ardiente amor. Durante los años que, pasó en París, compuso una de sus obras
más conocidas, el "Comentario sobre las Sentencias de Pedro
Lombardo", que constituye una verdadera suma de teología escolástica. El
Papa Sixto IV, refiriéndose a esa obra, dijo que "la manera como se
expresa sobre la teología, indica que el Espíritu Santo hablaba por su
boca."
Víctima de ataques
Los violentos ataques de algunos de los profesores de la
Universidad de París contra los franciscanos perturbaron la paz de los años que
Buenaventura pasó en esa ciudad. Tales ataques se debían, en gran parte, a 1a
envidia que provocaban los éxitos pastorales y académicos de los hijos de San
Francisco ya que la santa vida de los frailes resultaba un reproche constante a
la mundana existencia de otros profesores. El líder de los que se oponían
a los franciscanos era Guillermo de Saint Amour, quien atacó violentamente a San
Buenaventura en una obra titulada "Los peligros de los últimos
tiempos".
‘Éste tuvo que suspender sus clases durante algún tiempo y
contestó a los ataques con un tratado sobre la pobreza evangélica, con el
título de "Sobre la pobreza de Cristo." El Papa Alejandro
IV nombró a una comisión de cardenales para que examinasen el asunto en Anagni,
con el resultado de que fue quemado públicamente el libro de Guillermo de Saint
Amour, fueron devueltas sus cátedras a los hijos de San Francisco y fue
ordenado el silencio a sus enemigos. Un año más tarde, en 1257, San
Buenaventura y Santo Tomás de Aquino recibieron juntos el título de doctores.
Sus escritos y anhelo de la perfección cristiana
San Buenaventura escribió un tratado "Sobre la vida de
perfección", destinado a la Beata Isabel, hermana de San Luis de Francia y
a las Clarisas Pobres del convento de Longchamps. Otras de sus principales
obras místicas son el "Soliloquio" y el tratado "Sobre el triple
camino". Es conmovedor el amor que respira cada una de las palabras de San
Buenaventura.
Gerson, el erudito y devoto canciller de la Universidad de
París, escribe a propósito de sus obras: "A mi modo de ver, entre todos
los doctores católicos, Eustaquio (porque así podemos traducir el nombre de
Buenaventura) es el que más ilustra la inteligencia y enciende al mismo tiempo
el corazón. En particular, el Breviloquium Itinerarium mentis in Deum están
compuestos con tanto arte, fuerza y concisión, que ningún otro escrito puede
aventajarlos." Y en otro libro, comenta: "Me parece que las obras de
Buenaventura son las más aptas para la instrucción de los fieles, por su
solidez, ortodoxia y espíritu de devoción. Buenaventura se guarda cuanto puede
de los vanos adornos y no trata de cuestiones de lógica o física ajenas a la
materia. No existe doctrina más sublime, más divina y más religiosa que la
suya." Estas palabras se aplican sobre todo, a los tratados espirituales
que reproducen sus meditaciones frecuentes sobre las delicias del cielo y sus
esfuerzos por despertar en los cristianos el mismo deseo de la gloria que a él
le animaba.
Como dice en un escrito, "Dios, todos los espíritus
gloriosos y toda la familia del Rey Celestial nos esperan y desean que vayamos
a reunirnos con ellos. ¡Es imposible que no se anhele ser admitido en tan dulce
compañía! Pero quien en este valle de lágrimas no haya tratado de vivir con el
deseo del cielo, elevándose constantemente sobre las cosas visibles, tendrá
vergüenza al comparecer a la presencia de la corte celestial." Según el
santo, la perfección cristiana, más que en el heroísmo de la vida religiosa,
consiste en hacer bien las acciones más ordinarias.
He aquí sus propias palabras: "La perfección del
cristiano consiste en hacer perfectamente las cosas ordinarias. La fidelidad en
las cosas pequeñas es una virtud heroica". En efecto, tal fidelidad
constituye una constante crucifixión del amor propio, un sacrificio total de la
libertad, del tiempo y de los afectos y, por ello mismo, establece el reino de
la gracia en el alma. El mejor ejemplo que puede darse de la estima en que San
Buenaventura tenía la fidelidad en las cosas pequeñas, es la anécdota que se
cuenta de él y del Beato Gil de Asís (23 de abril).
Es elegido superior general de los Franciscanos
En 1257, Buenaventura fue elegido superior general de los
Frailes Menores. No había cumplido aún los treinta y seis años y la orden
estaba desgarrada por la división entre los que predicaban una severidad
inflexible y los que pedían que se mitigase la regla original; naturalmente,
entre esos dos extremos, se situaban todas las otras interpretaciones. Los más
rigoristas, a los que se conocía con el nombre de "los espirituales",
habían caído en el error y en la desobediencia, con lo cual habían dado armas a
los enemigos de la orden en la Universidad de París. El joven superior general
escribió una carta a todos los provinciales para exigirles la perfecta
observancia de la regla y la reforma de los relajados, pero sin caer en los
excesos de los espirituales.
El primero de los cinco capítulos generales que presidió San
Buenaventura, se reunió en Narbona en 1260. Ahí presentó una serie de
declaraciones de las reglas que fueron adoptadas y ejercieron gran influencia
sobre la vida de la orden, pero no lograron aplacar a los rigoristas. A
instancias de los miembros del capítulo, San Buenaventura empezó a escribir la
vida de San Francisco de Asís.
La manera en que llevó a cabo esa tarea, demuestra que
estaba empapado de las virtudes del santo sobre el cual escribía. Santo Tomás
de Aquino, que fue a visitar un día a Buenaventura cuando éste se ocupaba de
escribir la biografía del "Pobrecillo de Asís," le encontró en su
celda sumido en la contemplación. En vez de interrumpirle, Santo Tomás se
retiró, diciendo: "Dejemos a un santo trabajar por otro santo". La
vida escrita por San Buenaventura, titulada "La Leyenda Mayor", es
una obra de gran importancia acerca de la vida de San Francisco, aunque el
autor manifiesta en ella cierta tendencia a forzar la verdad histórica para
emplearla como testimonio contra los que pedían la mitigación de la regla.
Lo nombran cardenal
San Buenaventura gobernó la orden de San Francisco durante
diecisiete años y se le llama, con razón, el segundo fundador. En 1265, a
la muerte de Godofredo de Ludham, el Papa Clemente IV trató de nombrar a San
Buenaventura arzobispo de York, pero el santo consiguió disuadirle de ello. Sin
embargo, al año siguiente, el Beato Gregorio X le nombró cardenal obispo de
Albano, le ordenó aceptar el cargo por obediencia y le llamó inmediatamente a
Roma. Los legados pontificios le esperaban con el capelo y las otras
insignias de su dignidad; según se cuenta, fueron a su encuentro hasta cerca de
Florencia y le hallaron en el convento franciscano de Mugello, lavando los
platos. Como Buenaventura tenía las manos sucias, rogó a los legados que
colgasen el capelo en la rama de un árbol y que se paseasen un poco por el
huerto hasta que terminase su tarea. Sólo entonces San Buenaventura tomó el
capelo y fue a presentar a los legados los honores debidos.
Gregorio X encomendó a San Buenaventura la preparación de
los temas que se iban a tratar en el Concilio ecuménico de Lyon, acerca de la
unión con los griegos ortodoxos, pues el emperador Miguel Paleólogo había
propuesto la unión a Clemente IV. Los más distinguidos teólogos de la Iglesia
asistieron a dicho Concilio. Como se sabe, Santo Tomás de Aquino murió cuando
se dirigía a él. San Buenaventura fue, sin duda, el personaje más notable de la
asamblea. Llegó a Lyon con el Papa, varios meses antes de la apertura del
Concilio. Entre la segunda y la tercera sesión reunió el capítulo general de su
orden y renunció al cargo de superior general. Cuando llegaron los delegados
griegos, el santo inició las conversaciones con ellos y la unión con Roma se
llevó a cabo. En acción de gracias, el Papa cantó la misa el día de la fiesta
de San Pedro y San Pablo. La epístola, el evangelio y, el credo, se cantaron en
latín y en griego y San Buenaventura predicó en la ceremonia.
Muere el Doctor Seráfico
El Seráfico Doctor murió durante las celebraciones, la noche
del 14 al 15 de julio. Ello le ahorró la pena de ver a Constantinopla rechazar
la unión por la que tanto había trabajado. Pedro de Tarantaise, el dominico que
ciñó más tarde la tiara pontificia con el nombre de Inocencio V, predicó el
panegírico de San Buenaventura y dijo en él: "Cuantos conocieron a
Buenaventura le respetaron y le amaron. Bastaba simplemente con oírle predicar
para sentirse movido a tomarle por consejero, porque era un hombre afable,
cortés, humilde, cariñoso, compasivo, prudente, casto y adornado de todas las
virtudes."
La autoridad al servicio
Se cuenta que, como superior general, fue un día a visitar
el convento Foligno. Cierto frailecillo tenía muchas ganas de hablar con él,
pero era demasiado humilde y tímido para atreverse. Pero, en cuanto partió San
Buenaventura, el frailecillo cayó en la cuenta de la oportunidad que había
perdido y echó correr tras él y le rogó que le escuchase un instante. El santo
accedió inmediatamente y tuvo una larga conversación con él, a la vera del
camino.
Cuando el frailecillo partió de vuelta al convento, lleno de
consuelo, San Buenaventura observó ciertas muestras de impaciencia entre los
miembros de su comitiva y les dijo sonriendo: "Hermanos míos, perdonadme,
pero tenía que cumplir con mi deber, porque soy a la vez superior y siervo y
ese frailecillo es, a la vez, mi hermano y mi amo. La regla nos dice: ‘Los superiores
deben recibir a los hermanos con caridad y bondad y portarse con ellos como si
fuesen sus siervos, porque los superiores, son, en verdad, los siervos de todos
los hermanos’. Así pues, como superior y siervo, estaba yo obligado a ponerme a
la disposición de ese frailecillo, que es mi amo, y a tratar de ayudarle lo
mejor posible en sus necesidades".
Tal era el espíritu con que el santo gobernaba su orden.
Cuando se le había confiado el cargo de superior general, pronunció estas
palabras: "Conozco perfectamente mi incapacidad, pero también sé cuán duro
es dar coces contra el aguijón. Así pues, a pesar de mi poca inteligencia, de
mi falta de experiencia en los negocios y de la repugnancia que siento por el
cargo, no quiero seguir opuesto al deseo de mi familia religiosa y a la orden
del Sumo Pontífice, porque temo oponerme con ello a la voluntad de Dios. Por
consiguiente, tomaré sobre mis débiles hombros esa carga pesada, demasiado
pesada para mí. Confío en que el cielo me ayudará y cuento con la ayuda que
todos vosotros podéis prestarme". Estas dos citas revelan la sencillez, la
humildad y la caridad que caracterizaban a San Buenaventura. Y, aunque no
hubiese pertenecido a la orden seráfica, habría merecido el título de
"Doctor Seráfico" por las virtudes angélicas que realzaban su saber.
Fue canonizado en 1482 y declarado Doctor de la Iglesia en 1588.
(SIN MODIFICACION DE: www.corazones.org)
(DOCUMENTO DE: Revista En
Viaje, N.240, oct. 1953)