IGLESIA
NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO
EL TAMBO
IGLESIA NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO
La primera construcción de la iglesia de El Tambo se remonta al siglo XVI, siendo la más antigua del Valle del Elqui, y era principal asentamiento religioso de la evangelización del valle y las zonas cordilleranas.
En sus inicios estuvo dedicada a San Ildefonso, patrono de Toledo, y hoy está dedicada a Nuestra Señora del Rosario.
El año 2004 un voraz incendio en pocos minutos destruyó la Iglesia y su imaginería, poniendo en peligro al poblado. La tragedia llevó a los habitantes de El Tambo a recolectar fondos para su reconstrucción, que fue inaugurada en enero de 2008.
Su fiesta religiosa más importante es la de la Inmaculada Concepción, que se celebra el tercer domingo de febrero.
Este pueblo fue también muy importante en la vida del Siervo de Dios Mario Hiriart, chileno cuya causa de beatificación se estudia en Roma.
(ADAPTACION: de www.iglesia.cl)
UBICACION: Ruta 41 La Serena - Vicuña, a 53 kms. de La Serena.
FIESTAS RELIGIOSAS: mes de enero Virgen del Rosario, 15 de agosto la Asunción (DE: "Santuarios y Fiestas Marianas de Chile", Juan Guillermo Prado, 1993).
MARIO HIRIART Y EL TAMBO
(www.schoenstatt.de/2008)
Mario Hiriart, el siervo de Dios cuya causa de canonización avanza en Roma, siempre fue un enamorado de la naturaleza. Gustoso cantaría con el alma embriagada el cántico de las criaturas de san Francisco de Asís. Hay un lugar en el mundo que tiene el privilegio de ser la cuna y cima de este gran amor y de las experiencias espirituales más hondas y vibrantes que alguien pueda vivir. Tanto que él mismo dijo que en ese lugar "podía comprender a los místicos".
Ese lugar es un valle de cielos azules, aire puro, praderas cultivadas entre altas montañas áridas. Su clima cálido, las tierras fértiles, las cumbres escarpadas y ríos torrentosos lo convierten en un oasis. Se llama Valle del río Elqui, en el centro-norte de Chile, emplazado a 30º de latitud sur, justamente opuesto a los Himalayas ubicados a 30º de latitud norte. Sus cielos extraordinariamente diáfanos atraen a estudiosos de todo el mundo, que desembarcan con sus instrumentos astronómicos. Sin embargo, uno puede cruzar pueblitos con típicas casas de adobe, iglesias, plazas, con sus artesanías y tradiciones lugareñas.
El Tambo
Entre todos esos pueblitos, hay uno llamado El Tambo, pequeña aldea rodeada de cerros y parronales, de calles angostas, y su iglesia frente a la plaza. Hace algunos años, un voraz incendio y la falta de recursos para restaurar la iglesita, le hicieron perder la esperanza de volver a verla como la noble casa del Pueblo de Dios. La Obra internacional Ayuda a la Iglesia que Sufre (Kirche-in-Not), a través de la cooperación silenciosa y la solidaridad de cristianos de muchos países, hizo posible "la indispensable y ardua tarea de restauración". El domingo 20 de enero de 2008, la comunidad volverá a cantar la gratitud a Dios y a los hermanos en la festiva celebración eucarística.
"El venerable templo de Nuestra Señora del Rosario de El Tambo ha podido ser restaurado en su noble arquitectura. Vuelve a brillar en él toda la historia de fe de esta primera iglesia en el Valle del Elqui", dice el P. Joaquín Alliende, Capellán Internacional de esa Obra, en la carta escrita este 16 de enero de 2008, al padre Fidel Carmona, párroco de El Tambo.
Este valle, este pueblito y esta iglesita son testigos de las innumerables veces que el enamorado visitante de estos lugares, el joven Mario, pasaba y subía por sus calles. Cuando Mario estuvo allí en primavera, escribió con multicolor pluma: "Cuando he vuelto a Santa Adela [casa veraniega de la familia amiga de los Peralta] siempre fui a ver el cementerio de El Tambo… ¡Es el paraíso de la soledad, del silencio, de la paz, de la presencia del Dios omnipotente! ¿Quién podría pintar lo maravilloso que es ese callejón que sube hacia el cementerio, por el costado de la plaza, rodeado por dos pircas de barro y adobe por sobre las cuales asoman las higueras, los paltos, la flor de la pluma, la corona del inca que se incendia en sus flores y hojas?"
‘En Mario Hiriart se da una santidad cósmica, es decir, una contemplación de Dios en la naturaleza, lo que es muy importante para el futuro’."
Sin embargo, el lazo indestructible con aquellos lugares se fundaba en una experiencia única que le marcó el alma de tal modo que tuvo que conversarlo con su "Madrecita", nombre cariñoso que daba a la Santísima Virgen: "Estoy seguro de que jamás ninguna clase de paisaje podrá ponerme en presencia de Dios tan íntimamente como el de todo el valle de Elqui. Hay algo allí que me fascina, me llena totalmente en mis anhelos. Sobre todo la sensación de pequeñez y de ser criatura, que me asalta ante la magnitud y magnificencia de esa naturaleza desierta y sobria, me sobrecoge y me hace comprender de inmediato la presencia de Dios. Cuando estoy allí, camino en su presencia, voy encontrándole en cada mirada a mi alrededor, en el perfil inmenso de las montañas, en las rocas que parecen haber sido colocadas una a una por sus manos, en la perfecta y estilizada figura de los quiscos erizados del desierto, en las florcitas minúsculas que se abren al amparo de las piedras, en el viento que sopla a la caída del sol con tanta fuerza que casi derriba al jinete de su montura... Madrecita, allí verdaderamente he tocado a Dios con la punta de mis dedos."
Esta experiencia humana y divina mereció el recuerdo asombrado del sacerdote en su carta: "En Roma, pude informar de estos textos a uno de los grandes profesores de espiritualidad que asesoraba al Papa Juan Pablo II, el padre carmelita Jesús Castellano. Él comentó: ‘En Mario Hiriart se da una santidad cósmica, es decir, una contemplación de Dios en la naturaleza, lo que es muy importante para el futuro’."
Los encuentros que estremecen la vida de las personas, dejan grabado el día, la hora, los olores y colores, y esto se llevará como un tesoro en el centro del alma, donde uno baja muchas veces a refrescarse, a fortalecerse, a sanarse, en medio del fragor de lo cotidiano. Solemos repetir en referencia a estos recuerdos vivos: "Me lo recuerdo como si fuera ahora". Así le pasaba a Mario. Él también grabó la hora del encuentro: "Comprendí la vinculación a Dios a través de la naturaleza. Creo que esto lo hice vida en mí por primera vez mirando el Cementerio de El Tambo y contemplando la grandeza de la quebrada en toda su extensión y su aridez imponente, que se interna en los cerros, recé allí el Ángelus en una tarde de verano: en ese momento, tuve por primera vez en mi vida una conciencia inmensa, abrumadora, de la presencia de Dios junto a mí. Desde aquella vez, comencé a sentir a Dios en la naturaleza, y a amarle a través de ella con todas mis facultades. Todo ese mundo de la naturaleza pura y sencilla, me ponía en la presencia de Dios, sintiéndolo a mi lado, cuidándome, y me hacía sentir un profundo amor hacia Él."
De nuevo, el sacerdote asocia recuerdos en su carta "para aludir a la fina sensibilidad humana y cultural de Mario" y es que "El Premio Nacional de Educación y patriarcal Académico de la Lengua, Ernesto Livacic, leyendo y releyendo el diario de vida de Mario Hiriart, sostuvo varias veces que, por esa prosa, Mario debiera haber pertenecido a esa Academia".
Un regalo especial
La carta que venimos mencionando no sólo es un saludo feliz y fraterno, sino que acompaña y entrega "el sentido del regalo que puedo hacer para la iglesia de El Tambo en recuerdo de Mario Hiriart. Este joven profesor de ingeniería, aprendió en la escuela de la Virgen a amar apasionadamente a Jesús, en especial en el misterio de la Eucaristía. Puede ser que el templo restaurado vaya acogiendo imágenes de dignidad y belleza, que suscite la devoción de los fieles. Por mi parte, quiero entregarles un Cristo que ha acompañado largos decenios de mi sacerdocio. Es un hermoso crucifijo colonial que nos habla algo de la historia de la fe en Chile. Con esta donación, quisiera hacerme eco de recias afirmaciones de Mario, escritas el 19 de septiembre de 1957: ‘Me gustan tanto y me hacen vibrar tan hondamente todos los momentos de la Pasión’. A ese Señor Crucificado, se vuelve con un ímpetu de resurrección y lo adora, recordando cuando lo recibe como Pan del cielo: ‘Al venir cada día hacia mí, santifica mi día y todo lo que pueda hacer durante él. «No vivo yo sino Cristo es el que vive en mí»… Jesús, eres el fundamento de toda mi vida".
Libera la exultación del gozo poder decirle a alguien: "¿Has visto? Tu sueño se ha cumplido!". Esto deberíamos celebrarlo hoy con nuestro hermano Mario. Era 1956, cuando Mario suspiraba por un deseo que no llegaría a realizar: "Madrecita, a Santa Adela y El Tambo sólo les falta una cosa para ser perfectos: tu presencia allí… Quisiera poder colocar una imagen tuya: no sé dónde, ojalá donde nadie pudiera sacarla… podría ser en los sauces junto al río, donde muchas veces recé mis oraciones de la tarde... tal vez en el cementerio de El Tambo o en la quebrada, hacia los cerros, podría construir una pequeña capillita de piedra con mis propias manos y dejar allí tu imagen... Así estarían juntos, en Elqui, todos mis amores."
¿Era este joven un soñador del romanticismo? Ni de lejos… él expresaba el anhelo de un hijo enraizado en tierra con ansia de cielo, y un corazón orante de nuestro tiempo, que quiere ser hermano de todos. Él, en ese concreto lugar del mundo, "tan maravilloso, que las palabras no alcanzan para contarlo; donde mis tierras de Elqui se cubren de un esplendor inverosímil, allí, más que nunca me sentí cerca de ti, Madrecita, y de tu Hijo". Esta era la poderosa razón de que el alma se le quedara afincada en tal terruño.
A ese punto focal, la iglesia parroquial de El Tambo, llega hoy el hermoso y sereno Cristo. Con él, siempre se verá en transparencia la silenciosa presencia de la Madre. Y Mario con "su amor por Jesús, su varonil ternura con la Santísima Virgen y su inagotable entrega del servicio misionero a los hermanos" llega con ellos para seguir alzando la mirada a Dios y al valle fértil y acompañar a todos con "el cariño entrañable por esa tierra donde se vive, trabaja y camina hacia la patria celestial".
INCENDIO DESTRUYE CAPILLA DE EL TAMBO
(27 de abril de 2004, www.iglesia.cl)
Un incendio destruyó por completo, en la madrugada de hoy, la capilla La Inmaculada, en la localidad de El Tambo.
Era el templo más antiguo del Valle de Elqui, en la cuarta región, ubicado unos cuantos kilómetros a oeste de la ciudad de Vicuña.
La alerta fue dada alrededor de las 06:20 hrs. Al lugar acudieron bomberos, carabineros y vecinos del sector para intentar extinguir el fuego.
Tras el suceso, no hubo desgracias humanas que lamentar, pero la evaluación indica que, en cuanto a daños materiales, la pérdida es total.
Aparte de la estructura del templo mismo, también resultaron destruidos el altar y las imágenes que allí existían, todas de larga data.
El templo, que fue destruido por el terremoto que afectó a la cuarta región el 14 de octubre de 1997 y reconstruido el año 1998, hoy nuevamente se ve afectado por una desgracia. Todo indica que la única opción posible es demoler lo poco y nada que quedó y volver a edificar.
Historia del templo
La más antigua parroquia del Valle de Elqui muestra sus orígenes en los diversos libros parroquiales de la región.
En el Libro 1 de Bautismos del año 1667 al 1682 de 1a parroquia de Vicuña, se habla de la capilla más cercana a La Serena, llamada San Francisco de Quilacán, que existía ya desde febrero de 1667, en la chacra del Capitán Pedro Cortés de Monroy. De aquí se puede inferir la existencia de los inicios de la parroquia, llamada "Delque” o Elqui.
Otro dato importante se halla en el II Libro de Bautismos de 1709, donde se dice que el párroco bautiza en la “Iglesia de Quilacán”.
Otras veces dice: En la Iglesia de doña Isabel Pastene de “Quilacán”. Corresponde a la chacra de ella, nombrada hoy “Altovalsol”. Por eso, se habla igualmente en los antiguos documentos, que la primera “doctrina de indios” fue fundada en Marquesa Baja y cerca de El Molle el año 1585, la cual se trasladó después a El Tambo.
El Obispo de Santiago, Diego de Medellín, franciscano, fundó esta primera parroquia del valle el año 1660, colocándole como titular a San Ildefonso y teniendo como sede El Tambo. Su primer párroco fue Francisco Aguirre.
Esta primitiva parroquia duró cerca de dos siglos, hasta que fue trasladada a la nueva ciudad de Vicuña el año 1836. Comprendía un inmenso territorio: desde la actual parroquia de La Higuera por el norte, seguía por todo el Valle de Elqui hasta la cordillera nevada. Por lo cual, abarcaba las actuales parroquias de La Higuera, Las Compañías, Algarrobito o Cutún, Vicuña, Paihuano y Diaguitas.
En el Libro I de Bautismos de 1667, se habla “de la iglesia parroquial del pueblo Delque”, en otro lugar; se dice “en la Iglesia de San Ildefonso de EI Tambo”, o “en la Iglesia de San Idelfonso Delque”. También en el Libro I de Matrimonios de 1766, se dice: “en la Iglesia parroquial de El Tambo”.
Por otra parte, hay que tener bien en claro que los primeros libros de dicha parroquia, se iniciaron sólo en 1667. En esa época era párroco Marcos Castillo León, quien dice al firmar los libros: “Cura beneficiado desta doctrina Delque”, también, “Cura y vicario desde Valle Delque”, “Cura beneficiado desde Partido Delque”.
Probablemente en esta primera parroquia del Valle de Elqui hubo varios religiosos que ejercieron el oficio de párrocos, como lo vemos en las firmas de los libros parroquiales. Sin embargo, es difícil saber a qué orden pertenecían.
Los primeros evangelizadores de esta región fueron los franciscanos, mercedarios y dominicos. Desde sus conventos de La Serena se dirigieron hacia el norte y el sur de la amplia zona, de lo que hoy llamamos Tercera y Cuarta Regiones, para entregar el mensaje de Cristo a los primeros indígenas.
Finalmente, en la antigua parroquia Delque o de El Tambo, aún existe una pequeña imagen de San Ildefonso, que era el titular de esa iglesia, en el retablo del altar. Dicen los antiguos, que dicha imagen del santo era llevada en romería de pueblo en pueblo, para lograr algún beneficio.