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IGLESIA SANTUARIO
CRISTO POBRE
QUINTA NORMAL - SANTIAGO






IGLESIA CRISTO POBRE

Ubicado en Avenida Matucana junto a la Quinta Normal y al Cité Las Palmas, el templo sufrió los duros efectos del terremoto del 27 de febrero de 2010, y sigue sufriendo del acto de vandálicos y anarquistas.

El templo se mantiene gracias a las limosnas que los fieles depositan en la alcancía del "Cristo Pobre", una imagen conocida en el sector como milagrosa, cuya devoción llegó al país desde Perú en 1919.

La congregación fue fundada por Monseñor José María Caro y hoy son cinco las religiosas, la mayoría de avanzada edad que viven de su trabajo, de un pequeño jardín infantil y de un colegio, ambos sustentados por los propios apoderados. 


La construcción del templo fue la última obra del arquitecto Eugenio Joannon. Su fachada es sobria, desprovista de adornos y tiene dos torres con arcos ojivales que enmarcan la imagen de un Cristo.

(RESUMIDO DE: www.iglesia.cl)

UBICACION: Barrio Matucana, Avda. Matucana 540, Quinta Normal, Santiago.






(FOTOGRAFIAS DE 2014)


(DOCUMENTO DE: ”Novena al Cristo Pobre”, imagen venerada en el convento de las Oblatas Expiadoras del Santísimo Sacramento,
Avenida Matucana 540, Santiago de Chile, 1925; transcripción de Marco Antonio Echeverría Díaz, en www.scribd.com)


LA LENTA AGONÍA DE UNA CONGREGACIÓN NACIDA EN CHILE

A casi 100 años de su fundación.

Las Oblatas Expiadoras del Santísimo Sacramento fueron creadas por Rosa Jaraquemada, prima hermana de Paula Jaraquemada. Hoy quedan sólo cinco religiosas en el país.

El próximo año cumplirán el centenario de su fundación y la Congregación de las Oblatas Expiadoras del Santísimo Sacramento pasan por su peor momento. Actualmente son sólo 5 religiosas en todo Chile, cuyas edades fluctúan entre los 50 y 85 años.

Nunca fueron numerosas, sólo en 1940 llegaron a ser 30 religiosas en votos perpetuos. Entonces tuvieron una gran presencia en Iquique, Talagante y Chillán, obras que cerraron por falta de personal.

Hoy su actividad se limita al Colegio Rosa Jaraquemada en Providencia, que atiende a 150 niños de kinder a 8° básico y que cuenta con 12 profesores. Desde su fundación, la dirección estuvo a cargo de una religiosa, pero desde hace algunos años, por la falta de personal consagrado está en manos de una laica.

La otra presencia que se ha mantenido por años es el Jardín Infantil Cristo Pobre, ubicado en Matucana 540, que tiene una matrícula de 24 alumnos en situación irregular y que se financia con el aporte de los apoderados. Las cinco oblatas se distribuyen en tres obras: dos en el colegio, una en el santuario y dos en Cartagena, donde apoyan a una capilla.

La hermana María Isabel Marambio ingresó a las oblatas en 1972, en su grupo había cinco novicias, de las cuales sólo ella perseveró. Hoy es la más joven de su congregación y sus días son intensos, por las mañanas trabaja en el Colegio Rosa Jaraquemada, donde es la representante legal y por las tardes se traslada al Jardín Cristo Pobre que dirige. Los fines de semana da la catequesis en el Santuario Cristo Pobre a niños del barrio Yungay.

Hace 11 años que las oblatas no tienen vocaciones y saben que no las tendrán. La hermana María Isabel sólo se resigna a rezar para que Dios les mande alguna. "Siento personalmente que el barco se comienza a hundir, es triste pensar que todo esto se puede terminar en cualquier momento. Es triste, pero es una realidad".

A raíz del terremoto de febrero pasado el santuario de la congregación quedó inutilizable.

La Congregación de las Oblatas Expiadoras del Santísimo Sacramento es una de las pocas congregaciones religiosas fundadas en Chile a principios del siglo pasado. Surgió en Iquique en 1911, durante el Vicariato Apostólico de Monseñor José María Caro, uno de los principales promotores de la congregación en el país.

Fue el mismo cardenal quien mandó construir la primera iglesia de la congregación en Iquique, donde por varias décadas funcionó un asilo que albergó a más de 200 niños y donde llegaron a trabajar cinco religiosas. La congregación rápidamente se extendió a Santiago, donde abrió dos casas, una en la calle Condell 4835, donde funciona la casa general y el Colegio Rosa Jaraquemada-, y otra en calle Matucana 540, donde se encuentra el jardín infantil, el convento y el Santuario del Cristo Pobre.

La vida de la fundadora no fue fácil. Sor María Inmaculada (Rosa Jaraquemada, prima hermana de Paula Jaraquemada) no escatimó esfuerzos para llevar adelante su obra. Fue el propio Papa Pío X el que la bendijo cuando ella lo visitó en Roma y le dijo: "Váyase hija, tranquila a Chile, allá le enviaré todos sus documentos aprobados“.

(CORREGIDO DE: www.bibliotecasantaelena.blogspot.com,29 de diciembre de 2010, de Gustavo Villavicencio)


HISTORIA DE LA APARICION DEL SEÑOR DE LOS INCURABLES, VULGARMENTE CONOCIDA CON EL NOMBRE DE CRISTO POBRE

En el año 1669, en la ciudad de Lima, había un arrabal, destituido de casas y edificios, ocupado únicamente por estercoleros y muladares, donde se reunían las inmundicias de la ciudad.

En el gran convento de San Agustín, existía un religioso llamado Fray José Figueroa, el cual por su gran virtud había merecido el nombre de Venerable. Este siervo de Dios socorría públicamente a los pobres desvalidos y había acreditado de muchos modos ardiente caridad para con los miserables; en estas funciones, había tenido que sufrir innumerables trabajos, humillaciones y desprecios, sin que por eso disminuyese su fervoroso celo.

Dios, siempre pródigo en misericordia, y que jamás se dejó vencer en generosidad, dispuso premiar a su fiel siervo, manifestándole lo agradable que le eran sus servicios.

Dicho sacerdote fue llamado a confesar una morena, la cual habitaba el arrabal ya citado. A su regreso, pasando por un muladar inmediato, es sorprendido al oír unos tristísimos lamentos. No comprendiendo de donde podían salir, vuelve sus ojos a todos lados, buscando al desgraciado que los produce; lo encuentra tendido en ese asqueroso lugar, todo lleno de lodo y de inmundicias. Fray José, profundamente conmovido, se acerca y le dice con ternura: “Hermano de mi alma, ¿qué haces en este lugar tan sucio?” El pobre, con voz acongojada, le responde: “Padre, aquí me han reducido la incurabilidad de mis males, mi gran pobreza y el desamparo en que me hallo, por lo que no me ha sido posible hallar otro sitio de reposo”. A estas palabras, pronunciadas con un acento de profunda aflicción, Fray José prorrumpe en llanto y contesta al pobre: “Hijo mío, levántate, ven conmigo, que aunque pobre religioso, con el socorro de Dios te proporcionaré algún alivio”. “Imposible, Padre, mi suma flaqueza, mis agudísimos dolores no me dejan levantar, ¿cómo podré seguiros?”

Pero la verdadera caridad todo lo vence, no conoce obstáculos, así es que el Padre Figueroa, sin titubear, levantó con sus propias manos al enfermo, lo puso sobre sus hombros y se dirigió al convento; a pesar de estar éste tan distante, llega sin sentir la pesadez de su carga, entra en su celda, pone al enfermo sobre su propia cama y le lava los pies que tenía llenos de inmundicias. Pero, al cogerlos en sus manos, los encuentra más limpios y blancos que la nieve y en cada pie una llaga roja resplandeciente. Lleno de admiración, le toma las manos y les encuentra lo mismo. Aquí el corazón del religioso arde con fuerza; abrasado del más puro y ardiente amor, mira la cara del aparente enfermo y la ve rodeada de resplandor, y al mismo tiempo oye que le dicen: “Tú eres mi refugio en mi gran tribulación: tal es lo que padecen los pobres incurables, que son los más vivos representantes de mis dolores en este mundo”. Dicho esto, desapareció, dejando a su siervo estático de amor, resuelto a poner en práctica el mandato del Señor, sacrificándose con más ardor por el bien de los incurables.

El semblante triste y abatido del Señor, el aire de reconcentrada aflicción, la postura…, se grabaron en la mente del afortunado sacerdote tan profundamente que aún al fin de su vida le parecía que lo estaba mirando. Tal cual lo recordaba, mandó hacer una estatua.

Se constituyó al principio su limosnero, pidiendo de puerta en puerta algún socorro para los pobres incurables, los cuales no tenían como ser asistidos en sus casas, ni eran admitidos en los hospitales por su incurabilidad. Habiendo experimentado la ineficacia de este medio, proyectó levantar un hospicio donde esos infelices tuviesen mansión permanente y todos los auxilios necesarios.

La empresa era ardua e inverificable, a juicio de los hombres; pero Dios que la había inspirado a su fiel siervo, facilitó los medios.

El piadoso licenciado don Antonio Ávila, cedió al Padre Figueroa un solar inmediato al sitio donde se le había aparecido Jesucristo, y se dió principio a la obra, nombrándola desde entonces Refugio de los Incurables.

El General don Domingo Cueto, que poseía muchas riquezas, enfermó por aquel tiempo; los médicos desesperaban por salvarlo, y su dolencia terminó con una tisis pulmonar. Un día entró de improviso Fray José en el cuarto del General, y sin saludarlo, le dice: “¿Quiere usted sanar?” “Pues, no he de querer, Padre mío”, le dijo el paciente. “Amigo mío, acuérdese de mis pobres incurables”, le replica el Padre, y se salió con presteza del cuarto, sin hablar otra palabra.

Al oír el General estas palabras del Padre José, cuya extraordinaria virtud era muy notoria, pensó que Dios quizá querría concederle la salud por medio de su fiel siervo, y que, como medio para conseguirlo debía socorrer a los incurables, resolvió entonces auxiliarlos.

Pasados tres días, volvió Fray José a visitarlo y con semblante alegre le dijo: “Ea, buen ánimo, señor General, que de hoy a ocho días irá usted conmigo a ver el Hospital, que ya corre de su cuenta”. Se retiró el Padre, y el enfermo quedó tan mejorado, que a los cuatro días, sintiéndose sano, pidió su ropa y se levantó con admiración de los médicos. Cumplidos los ochos días, fue de nuevo el religioso, y hallándole no solamente libre de la enfermedad, sino también restablecido, partieron ambos para la casa destinada para el Hospital. El piadoso y agradecido General dió ciento cuarenta mil que el Padre había colectado, se fabricó y rentó el magnífico hospital, semejante a un palacio, llamado “Refugio de los Incurables”, del que fue patrón el mismo benemérito General don Domingo Cueto, que con tanta liberalidad había contribuido a su levantamiento.

Aumentáronse después las rentas con los dones que hicieron otras personas piadosas y los incurables eran muy bien asistidos por el celo del General y la caridad del Padre Figueroa.

Viviendo aún don Domingo, cedieron el patronato y rentas del hospicio a Fray Domingo de la Cruz, primer general de los Belinistas, obligándose dichos religiosos al cuidado y asistencia de los incurables.

El espantoso terremoto que sufrió Lima el 28 de octubre de 1747 derribó el magnífico hospicio y su suntuosísimo templo, los que después se reedificaron por el celo de los Religiosos Belinistas.

La imagen del Señor Pobre que se venera en la parroquia de Santa Rosa de Los Andes, es reproducción de la de Lima. Por decreto del Iltmo. y Rvdmo. Señor Arzobispo Valdivieso, siendo cura de Los Andes el señor Pbro. don Vicente Martín Manero, se trasladó la imagen a la parroquia de Santa Rosa, designándola como titular de la capilla erigida en el Cementerio Parroquial de Los Andes.

En Santiago, la imagen de Cristo Pobre está expuesta a la veneración de los fieles en el Convento de las Religiosas Oblatas Expiadoras del Santísimo Sacramento (Matucana 540); se halla en una urna embutida en el muro exterior, de modo que continuamente innumerables transeúntes se detienen ante ella a presentar sus súplicas y acuden a la portería a referir los milagros obrados por el Señor Pobre.

(DOCUMENTO DE: ”Novena al Cristo Pobre”, imagen venerada en el convento de las Oblatas Expiadoras del Santisimo Sacramento, Avenida Matucana 540, Santiago de Chile, 1925; transcripción de Marco Antonio Echeverría Díaz, en www.scribd.com)