IGLESIA
SANTA MARIA DE LORETO
ACHAO - CHILOE
IGLESIA SANTA MARIA DE LORETO DE ACHAO – CHILOE
Por 1754 se instalan en la zona los padres jesuítas para establecer sus misiones hacia las islas contiguas de Lin Lin, Llingua, Quenac y otras del archipiélago oriental, construyendo una capilla y casas de habitación.
En 1785 un incendio destruye gran parte de la naciente villa, sin afectar a la capilla.
En 1787 Achao ya contaba con una iglesia y una escuela. La iglesia fue remozada por el padre Alfonso Reina que hizo el altar mayor y decoró el interior con antiguas imágenes y otros adornos, muchos de ellos obra de sus propias manos. Este padre también destino su tiempo a reparar y decorar otras capillas e Iglesias de la jurisdicción de Achao.
La nave de la iglesia tiene 46 mts. de largo, más de 14 mts. de ancho y un campanario de 24 mts. de altura, y esta asentada sobre piedras y madera. Se construyó con madera de ciprés, coigüe, mañío, luma y alerce. La estructura esta ensamblada y afirmada por tarugos de madera de luma, y la techumbre esta hecha de tejuelas de alerce.
En su interior existe el Altar Mayor más hermoso y mejor decorado de Chiloé. Aquí se encuentran también antiguas imágenes religiosas: Nuestra Señora de Loreto, Nuestra Señora del Carmen, Santa Filomena, San Ignacio, San Francisco Xavier y varios crucifijos del siglo XVII.
Su principal fiesta religiosa es el 11 de diciembre, día de la Virgen de Loreto.
La iglesia es Monumento Nacional y Patrimonio de la Humanidad.
(RESUMIDO Y ADAPTADO DE: “Iglesias de Chiloé”, Centro de Amigos de la Arquitectura Chilota, 2008)
UBICACION: Isla Qunichao, a 25 kms. de Dalcahue (cruce en transbordador)
FIESTAS RELIGIOSAS: San Francisco 4 de octubre, 8 de diciembre La Purísima (DE: "Folclor Religioso Chileno", Oreste Plath, 1996).
ACHAO Y SUS ALREDEDORES
Fotografías del viaje Dalcahue - Caguach - Dalcahue
30 de agosto de 2014
VISTAS DE ACHAO DESDE EL MAR
ISLA LLINGUA
ISLA LIN LIN
ESQUEMAS CONSTRUCTIVOS DE LAS IGLESIAS DE CHILOE
(FOTOGRAFIAS DE 2014)
PRIMEROS AÑOS DE LA IGLESIA DE ACHAO
En el año 1724, Curaco de Vélez contaba con “262 personas las que conformaban 33 familias criollas”, entre las cuales los Oyarzún, los Muñoz, los Soto y los Trujillo aparecen ser las que cuentan con el mayor número de componentes; las familias mapuches son unas 35, sumando un total de 150 personas. Achao tiene unas cinco familias hispánicas, con una población que no sobrepasa las 35 personas. Todos los demás lugarejos son “pueblos de indios”, casi sin población hispánica.
Tan sólo una década más tarde, la composición demográfica aparece sensiblemente diferente. Achao es un “pueblo mixto”, y lo mismo puede decirse de Huyar, aunque no tenga carácter de caserío, mientras la isla de Quenac aparece poblada principalmente por criollos.
Debido al crecimiento de la población de la bahía de Achao, en la década de 1730 los jesuitas decidieron de construir una nueva iglesia para reemplazar a la antigua capilla. “Un buen día del año 1730, llegaron los misioneros jesuitas con sus canoas a una ensenada denominada Achao, y habiendo encontrado el lugar conveniente decidieron levantar allí el templo. Iban acompañados de indios chonos evangelizados y con ellos acometieron la tarea descomunal de construir la iglesia, sin clavos ni sierras. En el bosque circundante, labraron las tablas y tejuelas de alerce, los tablones de mañio y los gruesos pilares de ciprés. Enormes bloques de piedra sirvieron de basamento y en ellos hicieron descansar los troncos labrados de ciprés, en ensamble de caja y espiga” (Roberto Montandón, 1964, “La Iglesia Santa María de Achao”, Boletín de la Academia chilena de historia, año XXI). Desde el comienzo, el propósito de la Compañía fue de realizar un templo de grandes proporciones y hermosura, lo cual hace suponer que entonces no sólamente ya pensaban de llevar a Achao la residencia de Chequián, sino también querían dar vida a una villa que fuera el lucro de su obra misionera en gran parte del archipiélago chilote.
En los años en que se iniciaba la construcción de la iglesia achaína, buena parte de los jesuitas presentes en Chiloé eran de origen bávaro o austríaco, de allí que se adoptara el estilo característico de las iglesias misionales del sur de Alemania, aunque no se conozca el nombre de quien realizó el proyecto. Entre los maestros que trabajaron en la construción de la iglesia, el único recordado es el hermano Antonio Miller, austríaco. Los carpinteros indígenas – no sólo mapuches, sino también chonos – constituyeron la mano de obra: renombrados por su habilidad en la construción de embarcaciones, adaptaron su competencia y su técnica a la edificación del templo, lo cual se reflejó en algunos aspectos de la estructura, donde la bóveda está realizada como el casco de una embarcación. Según testimonia el obispo auxiliar de Chiloé, Felipe Azúa, en 1743 todavía se estaba edificando “en el lugar llamado Achao [...] una grande e bonita iglesia” (Francisco Enrich, Historia de la Compañía de Jesús en Chile, 1891), empleándose con aquel fin “dos quintales españoles de hierro que provenían del buque inglés Wager que había naufragado en el archipiélago de Guayaneco”, un estado de construcción muy adelantado, pues el mismo año el rector del Colegio de Castro, Pedro García, visitando Achao celebraba a los sacerdotes que “habían trabajado esa grande y bonita iglesia”.
El material había sido traído hasta Achao por el padre Flores, quien había viajado hasta el archipiélago Guayaneco para convencer a las familias chonas que habían vuelto a su forma ancestral de vida, al fin que volvieran a asentarse en Chiloé, en aquella ocasión consiguió truecar los clavos de hierro, 92 kilos, contraveniendo la ley española que imponía que cualquier metal encontrado fuera entregado a las autoridades civiles. Por tal razón, cuando regresó a Achao el Padre Flores fue encarcelado.
En aquellos años los padres jesuitas residían ya en Achao y Chequián, y se mantenía tan sólo una capilla, siempre permaneciendo la estancia jesuítica.
La construcción del templo achaíno demoró unos quince años y suscitó grande emoción en todo el archipiélago por su belleza, convirtiéndose en el arquetipo fundamental para las sucesivas iglesias coloniales chilotas. Su terminación coincide con el comienzo de la historia de la villa de Achao, en el corazón mismo del archipiélago de Chiloé, que muy rápidamente se convertirá en el principal centro de Quinchao y de las islas que la rodean.
En 1753 la misión de Achao o de Chonos tiene el título de Villa de Santa María, mientras su iglesia es dedicada a la Virgen de Loreto. Fue entonces que la residencia de Chequián fue definitivamente abandonada y todas sus pertinencias llevadas a Achao, quedando únicamente cuanto necesario a la buena marcha de la propiedad agrícola, entre las cuales probablemente se encontraba una de las joyas artísticas más importante de todo el Sur de Chile: la extraordinaria escultura de la Virgen de Loreto.
La historia de la estatua de la Virgen de Loreto (también venerada bajo la advocación de Virgen del Carmen) conservada en la Iglesia de Achao es muy interesante. En 1672 el virrey Conde de Lemos, Pedro Antonio Fernández de Castro, desde Lima envió al padre Mascardi de Nahuel Huapi una hermosa estatua de la Virgen para que “la colocase en la primera capilla que levantase entre los poyas”. Así lo hizo Mascardi y la escultura suscitó una grandísima admiración entre los puelches de la misión, tan grande, que cuando en 1717 se rebelaron a la presencia española y destruyeron la misión, matando al misionero Elguea e incendiando la capilla, antes sacaron a la Virgen y la resguardaron en un reparo, donde en 1724 fue hallada por el padre Yásper, quien la rescató y la llevó a Chiloé, con la intención de entregarla al obispo en Concepción. Sin embargo, su viaje a la capital penquista no fue posible y la estatua quedó en Chequián, desde allí fue llevada a la iglesia en Achao, donde en 1754 fue notariada por el padre Baltazar Hueber, Provincial de los Jesuitas de Chile. Refiriéndose a Achao en un informe remitido al Rey de España, destaca que en la iglesia “construída con ayuda de los indios de Cailín, [...se encuentra] una preciosa imagen del Carmen muy venerada por aquellos indígenas”.
Mientras todavía se estaba construyéndo el templo, un curioso acontecimiento estremeció la comunidad quinchaína. “En el año 1738 apareció sobre el horizonte de la ciudad de Castro una gran bola, ó meteoro de fuego, quellenó de consternación á todos los vecinos, temiendo no cayese sobre ellos y los abrasase. Todos clamaban al cielo; y el P. Diego Cordero, de nuestra Compañía, la conjuró, con gran confianza en los exorcismos de la Iglesia y en la bondad divina. Al momento aquel fenómeno aterrador, pasando de largo por sobre sus cabezas, se dirigió hácia el sur, sin causar el menor daño en aquel archipiélago” ( Enrich 1891). Transcurrieron 29 años cuando el padre José García navegando en la cercanía de Vielaiguai, isla del archipiélago de las Guaytecas, vió “grandes quemazones i me dicen es la isla donde cayó la bola o nube de fuego el año 1738” (García 1871).
En aquellos años en que se construía la iglesia, los jesuitas abrieron en Achao una escuela para los niños de ambas comunidades, “pero su funcionamiento fue bastante irregular debido a que el único sacerdote allí destacado no alcanzaba a atenderla. [...] La instrucción de estos niños consideraba las primeras letras, las operaciones elementale de matemáticas y catecismo”, además de latín, moral y dogmática. “Por falta de papel – anota un sacerdote – la escritura debe hacerse en tablillas de pelú, las cuales una vez usada se raspaban” o bien se lavaban y se secaban al sol o a un costado del fogón. “Los niños asistían desde sus estancias cargados por estas playas con una chigua de papas a sus hombros y una bolsita de harina, sin otro cocaví ni otro regalo, descalzos de pie y pierna y con un cotón a raíz de sus carnes. [...] Acudiendo por la mañana a la escuela del Colegio de la Compañía de Jesús, tiene el reverendo padre maestro el cuidado de soltarlos a tiempo de que puedan salir a juntar unos palitos de leña para hacer su fuego en que asen sus papas, y hecho su ulpillo de harina tostada que llevan, se vuelven a las dos de la tarde a la escuela” (Renato Cárdenas, “El español en Chiloé”, en “Cultura de y desde Chiloé”, N.8, Castro, 1988).
Es así que Achao se convierte en el centro cultural indígeno del archipiélago de Chiloé, casi en paralelismo a Castro, capital del Chiloé hispánico. Centro cultural, pues hacia mediados del siglo XVIII el archipiélago de Quinchao fue al centro de un notable progreso que encontró su mayor expresión en la santería y en la edificación de las iglesias.
Los Jesuitas habían observado el grande respeto y admiración que los mapuches les demostraban a las estatuas religiosas. Lo habían comprobado viendo que también en los momentos de sublevación, los indígenas no sólo se abstenían de dañar la santería, más se preocupaban de protegerla y resguardarla. Esto ocurrió en 1712 en Calbuco, cuando los reyunos rebeldes se llevaron la imagen de madera policromada de San Miguel Arcángel (traída según la leyenda desde Quito en el siglo XVI) para protegerla, escondiéndola en las montañas. Lo mismo ocurrió en Nahuel Huapí con la Virgen de Loreto. Sin embargo, ya que la disponibilidad de santería en el archipiélago era muy escasa, entonces resolvieron de aprovechar de la habilidad demostrada por la comunidad indígena – sobre todo los chonos – para trabajar con la madera, dando vida a una escuela local de escultura que tal vez tuvo en Cailín y Achao sus principales centros de producción.
“Probablemente, la santería de Chiloé, se origina en la actividad de talleres locales a cargo de un especialista jesuita y sus artesanos nativos. [...] La situación periférica de Chiloé respecto de los centros artesanales productores de imaginería y la pobreza, obliga al desarrollo de una industria local de imaginería, lo cual se manifiesta en el uso de maderas nativas como la luma, canelo, ciruelillo, ciprés y tepa en la construcción del soporte, y la utilización de pastas de arcilla o de cancahua en la elaboración de cabezas y mascarillas. En Chiloé, las imágenes son vistas como sujetos de una sociedad similar a la humana, dotados de vida, poderosos. Sin embargo, al igual que los humanos, son susceptibles a la enfermedad y la muerte. En vista de aquello, los chilotes las cuidan con cariño, como lo señala su manera cultural. Las imágenes tienen su fiesta patronal, celebración en la cual una de ellas será la protagonista. Ocupará un lugar destacado delante del altar, arreglada con sus mejores atuendos presidirá la procesión, acompañada por las otras imágenes, sus parientes. Es más, la relación directa con la imagen será privilegio de los Patrones de Imagen, ellos son los encargados de cuidarle, prenderle velas, cambiarle y lavarle las vestimentas. Así, la imaginería religiosa tiene un profundo significado en la existencia de las gentes” (Ana Elisa Anselmo, “Imaginería religiosa en madera policromada del Archipiélago de Chiloé”, Centro Nacional de Conservación y Restauración, Museo Regional de Ancud, 1999).
Las iglesias de Chiloé se construyeron durante más de dos siglos según un tipo formal: tras un atrio o explanada, el edificio, desde el exterior es un galpón con cubiertas a dos aguas. La fachada adquiere riquezas con una necesaria galería de arcos variados o pórticos, este espacio, como los nártex de las primitivas basílicas, prepara el ingreso de los fieles, y también para que el misionero se dirigiese a ellos, agrupados en la explanada. Sobre el frontón triangular, un cubo sirve de base a una torre de volúmenes octogonales, que se van adelgazando, hasta terminar en una cruz. El tipo está influido por las iglesias alemanas de la época, ya que entonces, padres jesuitas bávaros misionaron en el archipiélago. Sobre la galería, y abierto a la nave central, se encuentra el coro, parte esencial de la liturgia misionera. La nave central era cubierta por una bóveda de cañón, y las dos laterales por cielorrasos planos. En el siglo XIX los indígenas habían alcanzado madurez y oficio, mejor integrados socialmente a los españoles, habían erigido obras como Santa María de Chonchi, donde posteriormente se suspenderán elementos ornamentales neoclásicos.
(RESUMIDO Y CORREGIDO DE: “Acerca de La Historia de la Isla de Quinchao en los Tiempos de la Colonia”, Alberto Trivero Rivera, 2003 en www.monografias.com)
(DOCUMENTO DE: Revista "En Viaje" de FF.CC. del E., N.198, abril 1950)
(MAPA DE: Turistel)
(MAPA DE: www.chiloeweb.com)
GEOGRAFIA - TERRITORIO
La historia del archipiélago de Chiloé “está escrita por los vientos y las navegaciones; por los canoeros que domesticaron el mar y lo hicieron carretera, ruta de encuentros y desencuentros. Su isla capitana es la de Quinchao, un puente a la Gran Isla, a la Costa, como le dicen desde la lejanía. Fue centro del mundo aborigen y los europeos la transformaron en la gran puerta misional hacia las islas“ (“Pilares de la Evangelización en Chiloé”, Renato Cardenas Alvarez, 2001) y en el lugar privilegiado de salida de las expediciones jesuíticas hacia los archipiélagos del sur, cuando a la vocación evangelizadora se une la curiosidad inteligente y atenta del explorador y del hombre de amplia cultura: pues tales eran los jesuitas. La isla de Quinchao y su archipiélago son el verdadero corazón del Chiloé tradicional e indígena: lo es hoy, en cuanto en las islas que lo componen, sobre todos las menores, es donde mejor se conserva el patrimonio cultural chilote, mapuche e hispánico a la vez; lo fue antaño, en cuanto representaba la cabecera de la sociedad indígena al momento de la conquista castellana, una sociedad ya entonces mestiza en cuanto resultado del encuentro y mezcla entre los cunco del norte, etnía de origen canoera pero de lengua y cultura mapuche, y los preexistentes chono, nómadas del mar, tal vez los primeros pobladores del archipiélago chilote.
La isla de Quinchao, juntamente con las que la acompañan, dan vida, según algunos autores, a “un tipico paisaje volcánico con playas levantadas y extensas, cerros pequeños y con grande pendientes que llegan hasta el mar “; según otros, constituyen el residuo de la morena frontal generada por aquel vasto ventisquero que, desde el volcán Michinmawida y las demás cumbres andinas, antaño descendía hasta alcanzar la Cordillera del Piuchén en la Isla grande y, en una fase sucesiva, hasta el arco natural dado por la isla de Quinchao, la costa abrupta que se extiende entre Dalcahue y la punta de Quicaví, y el grupo de las islas Chauques, que son el natural seguimiento de aquella punta.
EVANGELIZACION
Concluyéndose la fase preliminar de la evangelización de Chiloé, en la isla de Quinchao había una capilla para cada reducción indígena y, probablemente, la de Vuta‑Quinchao era la de mayor dimensión, como lo sugiere su mismo nombre.
El viajero que en el año de gracia de 1624 llegara a la isla de Quinchao, hubiera hallado a orilla del mar, allí donde ahora está la villa de Quinchao, una amplia cancha erbosa aproximadamente rectangular, con una grande iglesia en uno de sus lados menores, una grande cruz en el centro de la cancha, y a los dos costados mayores de la plaza algunas modestas habitaciones: una para los misioneros, para que tuvieran donde ir llegando a su misión, y las otras para el fiscal, que tenía su ruka al lado de la iglesia, aúnque viviera en otra parte, cerca de su campo. Tener una ruka al lado de la iglesia era una manifestación de autoridad moral y de prestigio. Y así la presencia de la iglesia se convierte en la semilla para el surgimiento del futuro pueblo. Un aspecto parecido lo tienen las explanadas en Achao, Chullec, o Huyar, y en otros lugarejos de las demás islas del archipiélago quinchaíno, donde, sin embargo, las capillas tienen una dimensión menor.
(EXTRAIDO DE: “Acerca de La Historia de la Isla de Quinchao en los Tiempos de la Colonia”, Alberto Trivero Rivera, 2003 en www.monografias.com)
RESUMEN DE HISTORIA DE LA EVANGELIZACION EN LA
ISLA QUINCHAO
La isla de Quinchao fue el lugar más
importante para las misiones religiosas que salían a las islas de Llingua,
Linlín, Chaulinec, Alao, Meulín y Quenac.
En las primeras décadas del siglo XVII se
afirmó la institución de la encomienda en el archipiélago, como dominación de
un territorio y uso de sus pobladores para usufructo propio, que era vista como
un tipo de esclavitud que y llevó a muchos conflictos. En LinLin, hacia la
mitad del siglo XVII, fueron ecomenderos Sebastiana González y luego Alvaro
Barrientos.
Por 1640 ya los padres jesuítas poseían estas
tierras en las que comerciaban en agricultura y ganaderia.
Entre 1710-1712, la dureza del régimen de la
encomienda llevó a los indígenas a planear una rebelión muy compleja, que
contemplaba la ocupación de Castro y del archipiélago de Quinchao; y por otro,
la conquista del fuerte de Chacao, para lo cual confiaban en los caciques
calbucanos, quienes debían tomar el control del fuerte de Calbuco. La rebelión
tuvo su comienzo en la noche entre el 9 y el 10 de febrero de 1712, ocuparon el
acceso a Castro, sitiando la villa, apoderándose de gran parte de la isla de
Quinchao y de algunas islas menores, destruyendo numerosas construcciones,
matando a varios encomenderos y apresando a mujeres e hijos.
La terrible matanza de 1712 modificó la
composición étnica de la isla de Quinchao, reduciendo la presencia indígena y
favoreciendo un proceso de reasentamiento de colonos criollos, que se
instalaron donde habían mejores posibilidades de cultivo, como en la bahía de
Achao y en la isla de Quenac.
Otra rebelión estuvo a punto de estallar en
1746, durante el gobierno de Victoriano Martínez de Tineo, donde los jesuitas
lograron aplacar los ánimos.
En 1753, la mediación de la Compañía de Jesús
fracasó, cuando Achao recibía el título de villa, se produjo una nueva
sublevación: “De los indígenas de las islas de Lin-Lin, Llingua y Meulín que se
desencadenó con singular bravura en verdaderas batallas campales, lo que fué
sofocado con mucha dureza. Más de trescientos naturales pagaron con sus vidas
este acto de rebelión” (“Achao: Centro de Misiones”, Ramón Yañez, 1994).
En diciembre de 1767 los jesuítas recibían la
expulsión de Chile, y en Chiloé se le ordenó al Rector que mandara a sus padres
de Achao, Chonchi y Cailín a entregar las misiones con todos sus haberes a las
autoridades civiles y que se vinieran en seguida a Castro.
En 1769 llegaron a Chiloé los frailes
franciscanos encargados de reemplazar a los jesuitas, que venían desde el
Colegio de Chillán, y se presume que tenían suficiente conocimiento del
mapudungún, que todavía seguía siendo el idioma hablado habitualmente en
Chiloé.
(INFORMACION DE: “Acerca de la Historia de la
Isla de Quinchao en los Tiempos de la Colonia”, Alberto Trivero Rivera, 2003 en
www.monografias.com)
CONSULTAR
(DOCUMENTO DE: “Histórica
Relación del Reyno de Chile“, Padre Alonso de Ovalle, 1646)
IGLESIA SANTA MARIA DE LORETO - ACHAO
(fotografías del 5 y 9 de enero de 2016)
Isla e iglesia de Lingua
DEDALERA
NALCA O PANGUE
("100 fotos antiguas de Chiloé", Luis Mancilla Pérez, 2013)
("Chile Collector", www.chilecollector.com)
IGLESIA SANTA MARIA DE LORETO - ACHAO
(fotografías del 5 y 9 de enero de 2016)
Vista desde el mirador de Achao camino a Dalcahue
Isla e iglesia de Lingua
A mi madre Reina y mi hermana Lorena
En navegación a isla Lingua
Vista desde ruta a Quinchao
NOTRO
FUCSIA O BAILARINA
TRARO O CARANCHO
FOTOGRAFIAS DE WFL, 5 Y 9 DE ENERO DE 2016
(Achao, enero de 1988)
("Geografía e Historia del Archipiélago de Chiloé", Schwarzenberg y Mutizabal, 1926)
(dibujo de Renzo Pecchenino "Lukas", revista "El Mirador de Lukas", N.6, agosto 1998)
("100 fotos antiguas de Chiloé", Luis Mancilla Pérez, 2013)
("Chile Collector", www.chilecollector.com)
FOTOGRAFIAS DE WFL, 31 DIC 2018