IGLESIA
SAN PEDRO
SAN PEDRO DE ATACAMA
Uno de los sincretismos más evidentes entre la cultura local y la española fue la adopción de la religión católica por parte de los atacameños. De allí surgió a principios del siglo XVII, la Iglesia que se ha transformado en el ícono de San Pedro de Atacama, pues a partir de su construcción se fue consolidando el pueblo. Como su nombre lo dice, el patrono es San Pedro, celebrado por las comunidades cada 29 de junio con bailes típicos.
Sus muros actuales datan de 1744 y destacan por su llamativo color blanco. El techo de madera de cactus cubierto por barro y paja, y el muro tras el altar que sostiene pequeñas estatuas de santos y la virgen, coronan la belleza de este lugar. Todos los domingos la misa se realiza normalmente y, como pocas veces ocurre, turistas y lugareños se reúnen fuera del contexto comercial.
Junto con la Iglesia, el cementerio es otro atractivo capaz de transportar al pasado de este pueblo. Coloridas flores de papel adornan las tumbas de indígenas de hace siglos y de otros chilenos y sacerdotes que se establecieron en el pueblo, como el Padre Le Paige.
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EL PUEBLO DE SAN PEDRO DE ATACAMA
La zona atacameña presenta un clima desértico, con grandes diferencias de temperatura entre el día y la noche, y con lluvias estivales que no sobrepasan los 100 milímetros al año. Las fuentes principales de agua son los ríos San Pedro y Vilama. El elemento geográfico principal del área es el Salar de Atacama, que ocupa una extensión de 100 kilómetros de largo por 80 de ancho. El salar es producto del afloramiento de aguas subterráneas que, saturadas de sales, se evaporan dejando costras ricas en sal y minerales. Los ríos alimentados por las nieves andinas, cursan el área permitiendo la configuración de múltiples oasis. Este es el escenario donde se desarrolló la cultura atacameña.
Los primeros habitantes del área atacameña arribaron al lugar por el 10.000 antes de Cristo, cuando la zona tenía grandes lagos y potentes ríos, producto del fin de la edad glacial. Las evidencias de los primeros cazadores arcaicos de la región indican que capturaban camélidos salvajes y roedores, que usaban artefactos de piedra y que vivían de forma nómade en aleros y cuevas. Más tarde, altas concentraciones de camélidos salvajes y el aprovechamiento de los productos vegetales permitieron la adopción de un sistema de vida semisedentario, trashumante. Durante el otoño e invierno, los grupos aprovechaban los frutos de los algarrobos y chañares que crecían en los oasis; en tanto cuando se acercaba el verano ascendían a la alta puna para cazar camélidos y recoger obsidiana. Durante esta etapa la cultura se enriquece; las primeras tumbas encontradas datan del 4.000 antes de Cristo y presentan cuerpos flectados, de lado, en cavidades circulares demarcadas por piedras, a veces acompañados con morteros de molienda.
La población atacameña se volvió definitivamente sedentaria durante el segundo milenio antes de la era cristiana, cuando comenzó a realizar cultivos -particularmente de maíz- y domesticó camélidos. La ganadería de la llama era su principal actividad; aprovechándose el cuero, la lana, la carne y también los excrementos del animal, como combustible y fertilizante. Surgió la textilería y la cerámica; esta última se expresa en recipientes cilíndricos de arcilla roja pulida, decoradas con motivos antropomorfos. Más tarde, un nuevo estilo de alfarería dio lugar a la confección de cerámica negra grabada con motivos geométricos. La minería, particularmente la de cobre, fue importante por proveer de un recurso a ser intercambiado con lejanas regiones.
Durante esta etapa, ostentaban el poder entre los atacameños señores distinguidos, que exhibían su status por medio de sus hachas, collares de piedras semipreciosas, sombreros con plumas, y finos textiles. Diferentes hitos de la vida cotidiana, como las defunciones, las cosechas, el arribo de caravanas de llamas, el apareamiento del ganado, etc., daban lugar a solemnidades durante las que se bebía chicha de maíz o algarrobo y se fumaba tabaco -importado desde el noreste argentino- en pipas. Particular importancia dentro de la vida religiosa, dominada por la figura del chamán, la tenía el uso de alucinógenos, para el cual se usaban diversas clases de tabletas y tubos, todos ricamente ornamentados. Los muertos se sepultaban en fardos funerarios: los cuerpos eran amortajados con sus vestimentas, envueltos como un paquete.
Los primeros agricultores atacameños construyeron aldeas como la de Tulor. Ubicada 10 kilómetros al suroeste de San Pedro, presenta casas circulares aglutinadas, construidas con adobones de barro, cuyo techo cónico se sostenía con postes.
La cultura atacameña, desarrollando los rasgos antes descritos, alcanza su fase clásica durante los primeros siete siglos de la era cristiana, parte de la cual se desarrolla bajo el influjo de la cultura Tiwanaku, influjo que se mantiene entre el 400 y el 1200 después de Cristo. Este importante centro ceremonial, a través del contacto directo que establecían las caravanas que transportaban productos de intercambio, transmitió con fuerza a los atacameños su cosmovisión, produciendo evoluciones en los más diversos ámbitos. Las figuras simbólicas centrales del culto tiwanaku, el felino y el cóndor, aparecen en los objetos de importancia social, como en las túnicas policromas usadas por los Señores, los recipientes ceremoniales de hueso de llama, y las tabletas de alucinógenos. Se impone como símbolos de status entre los señores, el uso de vasos ceremoniales y adornos de oro.
Por el año 1.450 la cultura atacameña pasa a ser dominada por el Imperio Inca. Se impone, por tanto, el culto al sol, y uno de sus derivados, el culto a las altas cumbres. La cerámica acusa la nueva realidad política, y se expresa, por ejemplo, en los típicos aríbalos incaicos. El influjo inca perfeccionó entre los atacameños la metalurgia, y también la arquitectura. De esta época datan construcciones defensivas como el Pukara de Quitor, y el poblado de Catarpe, centro administrativo erigido en barro y piedras, desde donde se organizaba la tributación que los locales entregaban al Imperio.
En 1540, los atacameños entran en contacto con los conquistadores españoles, quienes luego de vencerlos militarmente se instalan en el lugar, y establecen encomiendas de indios, parroquia, y administración civil. La evangelización de los atacameños logró hacer del cristianismo un valor propio, generándose un catolicismo andino, que perdura hasta la actualidad y adquiere realce en festividades como las del patrono del pueblo, San Pedro. Perdura hasta hoy también en el poblado la traza urbana hispana y la arquitectura, que combina el aporte español con las técnicas indígenas.
El hito principal es la Iglesia local, construida a comienzos del siglo XVIII, luego de la destrucción de la más antigua. En planta de cruz, su nave tiene 41 metros de largo por 7,50 de ancho. Es de piedra y adobe. La armadura de la techumbre -a dos aguas- es de maderas de la región: chañar y algarrobo; para el cielo se usó tablillas de cactus, cubiertas con barro y paja. El elemento característico de la ornamentación interior es el retablo del altar mayor, en piedra labrada, que luce bella imaginería sacra. El campanario, de adobe, fue reconstruido recientemente a raíz de la destrucción de los anteriores. Está sobre un macizo volumen adosado a la construcción, provisto de una escalera exterior.
En torno al poblado de San Pedro se desenvuelven 12 ayllus, unidades territoriales, productivas y sociales, propias de la forma de organización tradicional de la etnia atacameña; en conjunto, el poblado abarca unas 1.700 hectáreas aproximadamente. Los habitantes de este poblado viven de la agricultura -alfalfa, maíz y frutales- y al pastoreo -auquénidos, caprinos y ovinos-.
(SIN MODIFICACION DE Consejo de Monumentos Nacionales, www.monumentos.cl)
UBICACION: a 98 kms. de Calama (Ruta 23, Calama - Paso Sico), a 2.438 msnm. (metros sobre el nivel del mar).
FIESTAS RELIGIOSAS: 29 de junio San Pedro, 8 de diciembre La Purísima (DE: "Folclor Religioso Chileno", Oreste Plath, 1996).
(FOTO DE: Revista Zig Zag, 1 jul. 1950)
(FOTO ANTIGUA DE: Biblioteca Nacional, www.memoriachilena.cl)
FOTOGRAFIAS DE 1998
EL 13 DE FEBRERO DE 2001
fueron quemadas por delincuentes la mayoría de las imágenes
Laguna Chaxa
Pukara de Quitor
Cementerio de San Pedro de Atacama
FOTOGRAFIAS DE: mi madre Reina Liebsch Tapia y de mi hermana Lorena Foral Liebsch (2013)
Laguna Chaxa
Mina La Escondida
"VANDALISMO" Y ACTOS "SATÁNICOS"
La quema intencionada de las principales imágenes religiosas de la Iglesia de San Pedro de Atacama tuvo lugar en la madrugada del 13 de febrero del año 2001. Le antecede el intento de incendio del Instituto y Museo de la Universidad Católica del Norte, ubicado en otro vértice de la plaza del pueblo, en la madrugada del 11 de octubre del año anterior. Muchos han querido ver una relación entre ambos hechos y, algunos, de éstos con el incendio de la casa alcaldicia ocurrida algunos años antes, en 1998. Los requerimientos interpuestos por las autoridades comunales ante la justicia consignaron, igualmente, la existencia de otros casos delictuales acaecidos en la comuna. A ella, la experiencia y el sentido común caracterizaban, más allá de pequeños conflictos entre vecinos y querellas domésticas, una soleada paz social ahora interrumpida por estos graves incidentes. Hurtos de cierta envergadura venían produciéndose desde finales del año anterior y durante el mes de febrero y marzo, afectando bienes municipales, una junta de vecinos, el equipamiento de un constructor, etc. Más recientemente, el domingo 15 de abril fue robada la urna que en la iglesia local reunía erogacio-nes voluntarias de los fieles destinadas a la restauración de los santos. Luego, en lo que algunos consideran como un acto no aislado, en la noche de los días jueves 19 y viernes 20 de abril se intentó quemar las oficinas de la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena con sede en Calama.
En el pie de monte de la cordillera de los Andes y a unos 80 km al oriente de la ciudad de Calama, el 15 de mayo de 2002 la Iglesia de la comunidad de Ayquina fue vulnerada y se quemaron intencionadamente la Virgen de Guadalupe (patrona de la Región de Antofagasta) y otros santos. Ayquina es uno de los santuarios religiosos más importantes del norte de Chile, aunque menos multitudinario que la Tirana, e igualmente andino que la Virgen de las Peñas de Arica. La conmoción en la comunidad, la Iglesia Católica de la región y las autoridades fue de proporciones. Se prometió hallar y castigar de manera inmisericorde a los culpables. Se habló en la prensa regional y nacional de "antisociales" y se menciona la posibilidad de extremistas indígenas.
Los tiempos han cambiado y ya no es posible en San Pedro contar, como en el pasado, con que nadie sustraerá bienes de terceros. La amplia cobertura de la demanda de investigación entregada a los tribunales atestigua bien, a través de la visión de las autoridades municipales, acerca del sentimiento de indignación creado por la quema de imágenes y del de inseguridad sobre los bienes. Podría decirse que San Pedro de Atacama está viviendo una situación de "inseguridad ciudadana", como gusta decirse hoy, similar a la de muchas de las más grandes ciudades del país. No obstante su diversidad, se tiende a ver todos estos hechos como si formaran parte de un mismo e indiferenciado conjunto de factores y causas. En un sentido esto se ve confirmado por el radical cambio de pueblo, de un oasis del desierto nortino, a destino turístico emblemático para los chilenos y para extranjeros que se dirigen a Chile. Apunta en la misma dirección el desarrollo de proyectos de inversión públicos y privados importantes en la comuna homónima que, junto con lo anterior, acarrean una avalancha de gentes moviéndose por la zona, aumentando así las posibilidades de hurtos o "actos vandálicos". Sin embargo, estos últimos, o lo que se denominó así en la prensa que recogió los hechos de San Pedro, son bastante específicos, cuestión que debiera causar curiosidad y generar preguntas.
Según esta observación, parece prudente no meter todo en el mismo paquete. En efecto, si al conjunto de los cambios que vienen precipitándose con una intensidad inédita sobre San Pedro desde, aproximadamente, dos décadas atrás podemos denominarlo modernización basada en un modelo de desarrollo neoliberal, de ello no se derivan automáticamente inseguridad ciudadana o vandalismo. Sí podemos proponer, en cambio, que una dinámica de cambios rápidos y profundos que se imponen dramáticamente sobre una localidad andina, a su vez ya rearticulada por una modernización de primera generación, gestan y activan procesos sociales y culturales diversos. Como cursos de acción o efectos posibles, en algunos de estos procesos resultan actos que una mirada criminalizadora etiqueta simplemente como delincuenciales. Código de interpretación difundido en especial por algunos medios de comunicación escrita y audiovisual, ha logrado penetrar y quedar instalado en el sentido común como algo anterior a las definiciones, como instrumento delimitador de las interpretaciones posibles y, por lo tanto, como interpretación ya dada, previa a todo escrutinio. Enmudecidos por el horror de la destrucción divina, las primeras reacciones de quienes encarnan una pertenencia basada en las raíces de la sangre, en la historia local, en la protección casi siempre benévola de los santos, en la comunidad de las relaciones cotidianas, esas reacciones consistieron en la búsqueda de culpables en el otro, en los otros: los turistas primero, los "mochileros" después; los "afuerinos", luego, que viven de ese río inagotable de gentes moviéndose. También, rumores de la posibilidad de que los responsables se encontraran entre los propios atacameños. Al final, la cordura terminó por imponerse. La justicia debía actuar y, ajustándose a ella, también la comunidad, reservándose el derecho de extrañar a quienes resultaran responsables. Pero el estereotipo y el prejuicio sobre el otro categorial queda. El recurso a la definición criminalizante también permanece disponible.
(EXTRACTO DE "INICIOS DE SIGLO EN SAN PEDRO DE ATACAMA: PROCESOS, ACTORES E IMAGINARIOS EN UNA LOCALIDAD ANDINA", Vol. 36, N.1, 2004, Revista de Antropología Chilena)