IGLESIA
SAN BERNARDINO
MISION CAPUCHINA
QUILACAHUIN
(Osorno - San Pablo)
* Esta reseña esta dedicada a nuestra querida familia de Quilacahuín,
Waleska Monje y Mateo Martínez, y a sus hijos Marianela y Alejandro.
También en la amistad de Ricardo Ortíz Saavedra, oriundo de Villa Alemana
y que echó raíces en Osorno
IGLESIA SAN BERNARDINO - MISION CAPUCHINA - QUILACAHUIN
(Osorno - San Pablo)
Quilacahuín era una Misión Capuchina que se fundó a
orillas del río Rahue, cercano a la confluencia con el río Bueno, a pocos
kilómetros de la Misión de Trumao y a unos 35 kms. al noroeste de Osorno.
En los últimos años del siglo XIX, era aún difícil las
relaciones entre indígenas mapuches y colonos en la zona al sur del río Bio Bío,
y sólo los sacerdotes tenían la oportunidad de efectuar su misión sin mayores
problemas.
UNA MISION DE TITANES
Las intenciones de colonizar la zona sur de Chile durante
La Colonia fue siempre desastroza, ya que los indígenas asolaban contínuamente
los poblados. El alzamiento indígena de 1599 causó la despavorida huída de la
pequeña población de Osorno, incluyendo los misioneros, que junto a un grupo de
monjas clarisas huyeron rumbo a Chiloé, cruzando a pie durante meses las selvas
y ríos de Llanquihue. Esta migración permitió fundar las misiones de Maullín y
Carelmapu.
En 1766 un nuevo alzamiento indígena no abatió los ánimos
de los religiosos para misionar nuevamente en esas tierras. En 1769 los padres
franciscanos de Chiloé habían ideado una mejor forma de unir por tierra el
territorio araucano. Fue así que en 1780 los padres franciscanos llegaron a tener
ocho misiones en el área Río Bueno - Lago Ranco.
En 1787 los padres avanzaron por la zona Osorno - Río
Bueno, fundando ese año la misión en Dallipulli (Daglipulli), en 1788 Cudico y
en 1794 las de Quilacahuín, Pilmaiquén y Coyunco. Esto permitió también la
repoblación de Osorno a partir de 1794 y la fundación de la última misión
religiosa, la de San Juan de la Costa en 1806.
LA MISION DE PILMAIQUEN Y EL POBLADO DE SAN PABLO
Siendo Gobernador de Chile Muñoz de Guzmán, penúltima
autoridad colonial, el 2 de mayo de 1805, a petición del padre franciscano
Alday, se logran establecer las misiones de Pilmaiquén y Los Juncos. El 20 de
mayo de ese año se daba cumplimiento legal y el día 24 los padres se trasladan
a Los Juncos.
El 28 de mayo de ese año los sacerdotes y autoridades
delegadas avanzan a Pilmaiquén, instalando una casa misional en el sector Tralmahue,
al norte del actual pueblo de San Pablo.
El misionero italiano fray Paolo de Rojo llegó a la
Misión de Pilmaiquén en Tralmahue por 1826, falleciendo el 25 de abril de 1886,
después de haber dedicado 30 años de su vida al progreso de la Misión. En su
honor, Tralmahue cambia su nombre a Villa de San Pablo por decreto supremo del 9
de septiembre de 1867, siendo Presidente de la República José Joaquín
Pérez.
En un comienzo se buscó dar el nombre de "Villa Paolo
de Rojo", pero ante la insistencia del Gobernador, en que tanto
franciscanos como capuchinos tenían derecho sobre su nombre, se aceptó bautizar
el poblado como "Santo Apóstol San Pablo de Tarso".
El 22 de diciembre de 1891, siendo Presidente de la República
Jorge Montt, se crea la Comuna de San Pablo, dentro del Departamento de Osorno,
a la cual pertenece la Misión Capuchina de Quilacahuín.
En esta Comuna se encuentra un antiguo cementerio indígena
ubicado en la localidad de Quitra, que se destaca por la construcción de nichos
en madera nativa como un tipo de “casitas”.
LOS CAPUCHINOS ITALIANOS DE QUILACAHUIN
La llegada oficial de los capuchinos a Chile el 23 de
octubre de 1848 está muy ligada a la evangelización de la región mapuche de la
Araucanía.
En ésta región habían misionado los Jesuítas, hasta que
fueron expulsados del país en 1767, quedando los padres franciscanos. Estos, muy
apegados al Rey de España, tuvieron serios problemas durante la época de la
independencia de Chile, ya que eran realistas, y muchos debieron abandonar el
país.
Esto originó la decadencia de las misiones de la
Araucanía, por lo que el Gobierno del presidente Manuel Bulnes, decidió
solicitar ayuda a la Curia General de los Capuchinos a través de su ministro (embajador)
en Roma, Ramón Luís Irarrázabal.
El 16 de febrero de 1848 se firma un convenio y pocos
meses después se embarcan en Génova, Italia, rumbo a Chile, 12 padres
capuchinos.
Tras cinco meses de penosa navegación, llegaron a
Valparaíso el 23 de octubre de 1848, partiendo luego rumbo a Valdivia.
En Valdivia se les encomendaron las misiones de la
Araucanía, situadas al sur del Río Cautín: San José de la Mariquina, Valdivia,
Río Bueno, Quilacahuín, Daglipulli, San Juan de las Costa, Pilmayquén, Trumag,
Quinchilca y Coyunco.
En La Araucanía los padres aprendieron la lengua mapuche y
abrieron colegios e internados en sus misiones. Fue una dura tarea, debido a la
presión que el Estado de Chile acostumbraba a ejercer sobre los mapuches en esa
época.
En 1853 llegaron de Italia otros 40 capuchinos para reforzar
las misiones de la Araucanía. Estos también fundaron los convento de Santiago
(1853), de Concepción (1855), Quillota (1856), La Serena (1857) y Valparaíso
(1860). Estas tres últimas casas tuvieron poca duración, debido a que no
llegaron más padres, a causa de los problemas políticos que hubo en Italia desde
mediados del siglo XIX.
Fue así que se solicitó ayuda a España para estas
misiones, llegando en 1889 los primeros 10 capuchinos españoles. Sin embargo, los
obispos chilenos les invitaron a predicar en el valle central de la región del
Biobío.
Estos capuchinos españoles fundaron también conventos en
Constitución (1900), Viña del Mar (1919), Arica y Linares (1956), y Longaví
(1960).
1896, LLEGAN LOS CAPUCHINOS DE BAVIERA, ALEMANIA
La situación de los capuchinos españoles llevó a tomar
contacto con los Capuchinos de Baviera en Alemania, llegando los primeros de
ellos a principios de 1896.
En 1901 la Provincia Capuchina de Baviera en Chile se
hace cargo de la misión de la Araucanía, fundando colegios e internados.
En 1928 la Prefectura Apostólica de la Araucanía fue elevada
a Vicariato Apostólico, consagrándose como primer obispo al capuchino Guido
Beck de Ramberga.
1955, LLEGAN LOS CAPUCHINOS HOLANDESES Y BELGAS
En 1955 se crea la Diócesis de Osorno, siendo su primer
obispo el capuchino chileno Francisco Valdés Subercaseaux. Su labor permitió la
llegada en 1958 de los primeros misioneros holandeses, los que se establecen en
la zona rural de la costa, con sus misiones principales en Quilacahuin y San
Juan de la Costa.
En 1960 llegan 6 capuchinos de Bélgica que se establecen
en Osorno, desde donde apoyan a las comunidades rurales. Años después algunos
de estos hermanos se trasladan a la zona industrial de Talcahuano.
LOS PRIMEROS CAPUCHINOS CHILENOS
La formación de los capuchinos chilenos con un noviciado,
se había iniciado en Santiago en 1855 y luego en Los Ángeles en 1890, sin
embargo, no tuvo buenos resultados.
En 1929 se creó el Seminario Menor de Paine, donde se
formaron muchos capuchinos chilenos, pero se cerró en 1968.
Fue el capuchino chileno Francisco Valdés Subercaseaux, ordenado
sacerdote en Venecia en 1934 y luego profesor del Seminario de San José de la
Mariquina en 1935, el primer padre de la orden de origen chileno.
En 1941 siete jóvenes iniciaron su noviciado en
Constitución.
En 1955 había más de 50 capuchinos chilenos y desde 1971
sólo permanecieron los noviciados en Constitución y San José de la Mariquina.
El 15 de febrero de 1982 se constituye la Provincia
Capuchina de Chile.
LAS HERMANAS DE LA SANTA CRUZ
La Congregación Hermanas Maestras de la Santa Cruz
realizaron a comienzos del 1900 una serie de obras en la zona Osorno - Río
Bueno, fundando colegios y asilos, y prestando asistencia en hospitales.
En los años 40 las religiosas tenían a cargo los colegios
de Río Bueno, Quilcacahuín, San Pablo y San Juan de la Costa.
EL
INCENDIO DE LA NAVIDAD DE 1961
El padre holandés Teóforo de Jeu Zandvliet nacido en
1929, fue ordenado sacerdote en 1959 y enviado a la Misión de los Padres
Capuchinos de Quilacahuín, llegando a Valparaíso el 25 de agosto de 1961.
El padre Teóforo desarrrolló su trabajo con las familias de
la misión y con los niños de la escuela, lo que le permitía también aprender el
idioma español.
Fue el destino de Dios que le impusiera a éste padre
llegar en el año preciso en que la bella iglesia de madera de Quilacahuín, de
un estilo colonial que asemejaba a las de Chiloé y gemela a iglesia de la
Misión de Trumao, ubicada a unos 7 kilometros de distancia, cayera a causa de
las llamas de un incendio surgido de la nada.
El 25 de diciembre de 1961 la tragedia de Navidad
consumió completamente el templo, dejando al padre Winfredo van der Berg (*),
párroco de Quilacahuín, sin otra solución que destinar al padre Teóforo como
párroco a la Misión de Trumao, cargo que asumió en febrero de 1962.
La iglesia de Quilacahuín sería construida poco tiempo después
en un estilo típico bávaro alemán, que asemeja a algunos templos existentes en
el área del lago Panguipulli.
En 1963 el padre Winfredo y el padre Nivardo continúaban
su labor con la escuela parroquial, la escuela agrícola para hombres y el
policlínico.
En 1991 luego de 29 años en la Misión de Trumao, el padre
Teóforo fue nombrado también párroco de Quilacahuín. En 1994 abandona ambas
para tomar el cargo de párroco en la Misión de Cuinco, donde hasta el 2014
continuaba laborando.
(*) En el "Anuario de la
Iglesia en Chile 1962 - 1963", aparece "Winfredo
de Breda"
FUENTES: Muncipalidad de San Pablo, www.sanpablo.cl; Hermanos
Capuchinos: Presencia en Chile, www.capuchinos.cl; "Estado de la Iglesia
en Chile", Acción Católica, 1946; "Anuario de la Iglesia en Chile
1962 - 1963", Episcopado de Chile, 1962; "Historia de Valdivia, 1552
- 1952", Fernando Guarda, 1953; "Las Misiones Franciscanas de Chiloé
a Fines del Siglo XVIII, 1771 - 1800", Rodolfo Urbina, 1990; "Chile, Breve
Historia Contemporánea", Osvaldo Silva Galdames, 2000; "Archivo
Parroquial 1776" en "Guia de fondos del archivo histórico del
Arzobispado de Santiago", 2015; "Los Ultimos Misioneros",
revista "Paula" N.1.147, 10 de mayo de 2014; "Nuevo ciudadano
destacado de La Unión. El padre Teóforo: remembranzas de un cura de campo",
16 de febrero de 2014, diario "El Provincial" de La Unión, www.elprovincial.cl;
y "Misioneros vicentinos asumen parroquia “San Bernardino” de Quilacahuín",
21 de enero de 2011, Conferencia Episcopal de Chile, www.iglesia.cl
UBICACION: 35 kms. al noroeste de Osorno, Ruta U-16 y
U-170; 7 kms. al oeste de Trumao Ruta U-10 (vía San Pablo - Ruta 5 Sur)
FIESTAS RELIGIOSAS: Fiesta Nuestra Señora de la Meced, de
origen colonial, con misa y procesión ("Santuarios y Fiestas Marianas de
Chile", Juan Guillermo Prado, 1993)
LA IGLESIA DESPOSORIO DE LA SANTISIMA VIRGEN DE LA MISION DE TRUMAO
muy semejante a la antigua iglesia de Quilacahuín incendiada en 1961
("Nuevo ciudadano destacado de La Unión. El padre Teóforo: remembranzas de un cura de campo",
16 de febrero de 2014, diario "El Provincial" de La Unión, www.elprovincial.cl)
CAMINO A QUILACAHUIN DESDE OSORNO
NUESTRA QUERIDA FAMILIA DE QUILACAHUIN
Waleska Monjes y Mateo Martínez, junto a mi madre Reina Cecilia
Don Mateo y uno de sus caballos
FOTOGRAFIAS DE WFL, ENERO DE 2016
(mapas de TURISTEL 2004 y Dirección de Vialidad, MOP)
("Las misiones franciscanas de Chiloé a
fines del siglo XVIII. 1771 - 1800", Rodolfo Urbina, 1990)
LOS ÚLTIMOS MISIONEROS
(Revista "Paula" N.1147, 10 de mayo
de 2014, www.paula.cl / sin corrección)
En San Juan de la Costa, a 65 km de Osorno,
están los últimos misioneros cuyo propósito ha sido evangelizar indígenas: los
franciscanos holandeses Adrián de Vet y Teoforo de Jeu y la monja suiza
Verónica Büchel, todos mayores de 70 años. Cuando se retiren o mueran se
acabarán 450 años de misiones en tierra mapuche. Son los últimos representantes
de esa estirpe de soldados de Dios que desde 1550 han educado, sanado y construido
con la Biblia en mano. Es el fin de una era.
Tenía la intención de escribir sobre La Misión
en San Juan de la Costa como de esos templos distantes, donde uno iría en busca
de paz y contemplación, en medio del siglo XXI, escondida en una pequeña cumbre
boscosa en esa gran tierra de nadie que hay entre Valdivia y Osorno en la
Cordillera de la Costa.
Pero me llevé una sorpresa. Los monjes están
inquietos. Porque cuando los tres últimos misioneros franciscanos capuchinos
holandeses de San Juan de la Costa se vayan o mueran, no habrá más misioneros
en todo el territorio mapuche de la Región de la Araucanía al sur.
Veo al padre Teoforo (84), que es aficionado a
la astronomía, esperando a que salgan las estrellas en su soledad; a la monja
Verónica Büchel (78) bordando para los ancianos de San Juan; y al padre Adrián
de Vet (74) armando lentamente un puzzle y, aunque siempre está sonriente, su
rostro huesudo no logra ocultar su preocupación.
—No hay reemplazantes —dice De Vet, de la
Orden de los Hermanos Menores Franciscanos Capuchinos— somos los últimos. No
hay jóvenes vocaciones para cubrir estos puestos. Y los capuchinos, además,
dejan este territorio.
Con ellos se acaban 450 años de misiones entre
los indígenas del sur de Chile. Primero fueron misioneros dominicos que a
pólvora y espada llegaron con Pedro de Valdivia; después, en 1600, arribaron
los jesuitas y, finalmente, los franciscanos de diversas órdenes. Construyeron
misiones en tierra mapuche de Chillán al sur: Cholco, Imperial, Ercilla,
Panguipulli, Chiloé y tantos otros lugares. Llegaron a ser miles.
La última misión activa que queda hoy es La
Misión de San Juan de la Costa, al interior de Osorno.
Adrián –a pesar de que está enfermo del
corazón— sigue activo. Teoforo también.
—Salvo que me lo pida la Orden, no quiero
devolverme a Holanda— dice de Vet.
Y por ningún motivo irse a los conventos de
retiro. Así es que “hasta que Dios diga y la muerte nos pille con las botas
puestas en La Misión”, suelen repetir.
Hace seis meses Verónica Büchel (78), la monja
de las Hermanas Franciscanas de la Santa Cruz, quien además es matrona, se
jubiló de la dirección del Hospital de San Juan de la Costa que atendió por 35
años. No quiso irse al convento de retiro. Se quedó en el pueblo, a cargo de un
club de ancianos y un hogar de niñas.
Antes que ellos, la docena de frailes que
llegaron a estar en La Misión, fueron sellando su destino: el año pasado murió
en Holanda el padre Winfredo van de Berg después de 40 años como misionero en
la zona. En 2004 un fulminante ataque al corazón mató al padre Auxencio
Wijnhoven cuando salía de la capilla de Quilacahuín; en 2008 falleció, en el
mismo San Juan, Nivardo Snik. Y hace cuatro años dejaron el hospital los
hermanos franciscanos penitentes holandeses Alfonso van Kempen, Jaime Wolfs, Vitalis
van de Grint y Guillermo Megens.
En la congregación de los Hermanos Menores
Capuchinos nadie irá a tomar su lugar al interior del territorio huilliche.
Sin embargo, cuando veo La Misión –la parroquia, el hospital, el cementerio, la escuela, la docena de capillas, el enorme internado donde viven 100 estudiantes huilliches. ¡La única calle pavimentada en muchísimos cientos de kilómetros a la redonda!, instintivamente pienso: “¡Guauuuu! ¿Cuánto esfuerzo para llevar ahí todo ese cemento?”.
E imagino a esos ascetas cuando jóvenes,
rozagantes, rubios, que con sus manos, y muchas veces solo con su fe,
construyeron todo eso en los últimos cincuenta años. Y la labor resulta aún más
sobrehumana, más sorprendente.
En el camino, los grafitis con el emblema del
kultrún o marrichiweu (venceremos), van anunciando una despedida tensa,
extraña.
Le pregunto por los misioneros a un joven huilliche y me responde:
—No sé. Yo no voy para allá. Soy evangélico y
estamos porque se vayan esos curas.
Realmente no dijo curas. Dijo un garabato.
De pronto supe que escribiría no solo de los
misioneros holandeses, sino también de la sutil disolución de una era.
La Misión de la Costa fue un subproducto de la
Guerra de Arauco. En 1793, acosado por todos lados, Ambrosio O’Higgins firmó con
los huilliches un tratado de paz para dejar pasar a los refuerzos acantonados
en Chiloé hacia el norte. Acordaron mutuo respeto y les cedió las tierras de
Osorno hasta el mar, a cambio de reconocer al gobierno y bautizarse. Eso los
salvó de del etnocidio que ocurrió poco después de Villarrica al norte. Los
huilliches aceptaron ceder un fundo para los misioneros y terrenos para una
docena de capillas.
A San Juan de la Costa, tierra mapuche, no
habían entrado los misioneros de la Conquista. Los primeros en llegar fueron
sacerdotes españoles, en 1802. Luego los reemplazaron misioneros alemanes y
después italianos. En 150 años construyeron una docena de capillas, pero la
situación material de los huilliches no cambió mucho.
En 1956 los italianos también se fueron. El
entonces recién nombrado obispo de Osorno, el franciscano Francisco Valdés
Subercaseaux, buscó ayuda en Holanda.
—Resulta que los capuchinos teníamos misiones
en India, África e Indonesia— cuenta el padre Adrián—. Pero Sukarno (un
dictador que en 1956 logró la independencia de Indonesia de los Países Bajos)
nos dejó sin poder entrar. Y ahí estábamos: sin destino, y acá necesitando
misioneros. Así es que vinimos.
Los primeros en llegar, en 1956, fueron
Auxencio Wijnhoven y el recordado Winfredo van den Berg, entonces de 31 años.
En 1961 llegó Teoforo de Jeu, de 31 también, con Nivardo Snik. Y en 1966 llegó
Adrián de Vet, de 27 años.
La pobreza que vieron era proverbial.
—Uno abría la puerta de salida de Osorno y
entraba a otro mundo— dice Teoforo de Jeu—. No había nada de nada. Ni caminos.
Ni casas. Nadie usaba zapatos. Había puro barro… todo a “cabaglio”. Pero yo era
gringo, era joven. Me gustó mucho.
Le asignaron una capilla en Trumao (una de la
veintena que comprende La Misión completa) y al ver todo ese verde y esos
cielos diáfanos, —porque es aficionado a la astronomía— dijo “aquí me quedo”. Y
estuvo ahí 30 años. Ahora está en Cuinco, también dentro de La Misión de San
Juan de la Costa.
De Vet llegó directamente a La Misión de San
Juan.
—Una de mis primeras salidas —cuenta— fue a
ver una enferma, como a dos días a caballo. Tosía de tuberculosis bajo sus
frazadas y el viento entraba por las paredes de la casa. A mí, que soy gringo,
eso me pareció exótico, tipo National Geographic —dice—.
Pero era una miseria
demasiado dolorosa. Lloré mientras le daba la extremaunción.
¡Imagínate morir
así! Y la tremenda impresión que me llevé. Yo era un joven que venía de
Holanda, donde todo eso estaba ya superado.
Cuando se hicieron cargo de La Misión de San
Juan la mortalidad infantil era de un 60%. El padre Winfredo (que falleció el
año pasado) escribió en una columna en La Prensa de Osorno en 1970:
—Mi vida es una vida de pastor y gran parte de
mi trabajo consiste en acompañar a gente muriendo, niños sobre todo.Entierro
siete u ocho niños por semana. Nosotros no tenemos ninguna otra alternativa que
la rebeldía ante estos hechos; no estar conformes, es lo único que tenemos.
Todavía en el cementerio de San Juan de la
Costa (conocido por sus tumbas con forma de casita) se ven crucecitas en torno
a las más grandes. Dos, tres, hasta cinco en una sola familia.
Además de los votos de pobreza y sacrificio,
los capuchinos holandeses venían con las prédicas del Concilio Vaticano Segundo
en ristre: no solo de Dios vive el hombre, sino también de pan, salud,
educación. El Reino, pero en la tierra. Y con toda la política de Castro, el
Che, del mismo Frei Montalva. Así es que los frailes se pusieron manos a la
obra.
En 1958 montaron un primer sanatorio que
atendieron dos enfermeros de los Hermanos Penitentes, Alfonso van Kempen y
Jaime Wolfs. Se abocaron a combatir la tuberculosis que diezmaba a la
población. En 1978 se sumó la monja y matrona Verónica Büchel y el sanatorio
llegó a ser un hospital con 17 camas. Con Ministerio de Salud conseguían
estudiantes de intercambio suizos, alemanes y holandeses que hacían pasantías
de seis meses en La Misión.
La madre Verónica atendió más de 3000 partos.
—Al principio —dice ella— solo venía la mujer,
así como mandada, cabizbaja, con una vocecita. Nosotros exigimos que viniera el
marido, el hombre. Que asumiera su preocupación. Así empezaron a aprender
conductas de autocuidado: de higiene, de alimentación. Les dábamos harina,
leche que conseguíamos en la Fundación Caritas.
Hoy el sanatorio es un hospital hecho y
derecho con ambulancia, urgencia, pediatría y 71 funcionarios. En 2011 lo tomó
a su cargo el Ministerio de Salud.
La mortalidad infantil bajó hasta casi en
cero. Lo mismo que la tuberculosis y las enfermedades de transmisión sexual.
En La Misión tampoco había escuela. El analfabetismo era de un 75%.
—Como no había caminos y la gente se tardaba
dos y tres días caminando a Osorno, Winfredo tuvo la idea de copiar una radio
escuela AM que había visto en Colombia– dice de Vet.
En 1966 fundaron la radio La Voz de la Costa
90 AM. La empresa holandesa Philips les pasó una partida de radios baratas y
ellos las repartieron por el campo. La gente se juntaba en una casa a oír la
clase y hacer las tareas. Así se educó Viviana Lemuy, una notable anciana
huilliche de 82 años de San Juan que de autodidacta llegó a ser profesora. A su
vez ella educó a varias generaciones de adultos. Especialmente mujeres.
—Porque la mujer era considerada una sirvienta
en la familia huilliche. —cuenta Viviana— No nos enseñaban a leer, ni nada. Y
tampoco éramos consideradas en la herencia.
“Para una campesina analfabeta leer un poco
vale mucho porque ya no dependerá de otros para informarse; para un campesino
saber multiplicar vale mucho porque ya no se reirán de él y podrá calcular el
valor real de sus mercancías”, escribió Winfredo en una de sus columnas de
1970.
En 10 años la radio La Voz de la Costa logró
alfabetizar a 3 mil huilliches adultos y más de un millar obtuvo su licencia de
educación básica. Después siguieron con clases a distancia con Inacap y
posteriormente siguieron cursos de educación cívica, relaciones familiares y
derechos de la mujer y de la infancia.
Pero tanta educación a los huilliche no fue
bien vista. Primero algunos parlamentarios de la zona se oposuieron al proyecto
de la radio. Luego la UP quiso expropiar el fundo asignado a La Misión y
expulsar a los curas. Y, finalmente, vino la dictadura, que los persiguió.
Winfredo –que era director de la radio– fue acusado de agitador político y casi
expulsado de Chile. En 1979 le quemaron la casa, en 1981 lo acusaron de
participar en un atentado y en 1983 dinamitaron la antena de la radio.
Estuvo un año fuera del aire, después del cual
a antena fue reconstruida en una campaña de “un cm por donante”. Lograron hacerla
crecer a 100 metros de altura.
Los misioneros también fundaron una escuela
politécnica,en 1968, y un internado para 99 alumnos, en 1970, hecho de tejuelas
de alerce por ellos mismos. Llegó a tener 250 niños cuando se quemó en 1998 y
fue reconstruido en concreto por el Ministerio de Educación.
—Veníamos con mentalidad alemana —dice De Vet— realmente a cambiar la cara de la pobreza. No puro diosito nomás: 90% trabajo y 10% evangelización.
—Veníamos con mentalidad alemana —dice De Vet— realmente a cambiar la cara de la pobreza. No puro diosito nomás: 90% trabajo y 10% evangelización.
Hombro con hombro, junto con los propios
habitantes construyeron el primer puente sobre el río Quilacahuín que les
acortó el viaje a pie de tres días a Río Bueno a solo uno. Luego consiguieron
que el Estado hiciera uno definitivo. En 1979, lograron que se abriera el
primer camino a la costa: la ruta U-40. Actualmente un hermoso camino asfaltado
que abrió el turismo.
—Hoy da gusto —dice de Vet—, sales de Osorno
por ese camino a la costa y ya no ves toda esa pobreza.
En efecto, se ve un pueblo andando. Caminos
que serpentean los cerros. Bosques, sembradíos, recorridos de buses rurales.
Electricidad. Ambulancias. Lo mismo la hermosa
iglesia de Quilacahuín en la ribera del río, a 17 km de ahí, donde hasta hay
correo y registro civil.
A estos misioneros, en agradecimiento, los
nombraron ciudadanos ilustres, les dieron premios y reconocimientos en Osorno y
en las comunas de la costa, pero de poco valen frente a un altar vacío.
Acompaño una tarde al padre Teoforo con su
sotana café y sus chalas franciscanas, a su iglesia en Cuinco, a unos 12 km de
San Juan. Hace la misa solo en su casa. A veces nadie va a misa. Otras, llegan
unas siete personas, que él debe llevar y traer en su camioneta.
—Pero la santa misa debe hacerse siempre —dice—. Solo cambia la intención. Si no hay nadie pido por los enfermos. Por los muertos. Por los que sufren. O por mi propio hermano.
Su hermano mayor Mateo, también se hizo
franciscano y fue destinado a Tanzania un año antes que él.
—Cuando hablo con él, creo que me saqué la
lotería, porque acá hay cielos preciosos.
Todo es verde. Allá hay tanta
enfermedad, miseria, malaria. Acá logramos que la gente ande con zapatos.
Tienen bonitas camionetas. Caminos buenos.
“Logramos algo”. Todos dicen eso. Pero cabe la
duda de si los huilliches jóvenes piensan del mismo modo.
El padre Teoforo se considera conservador. Reparte
su fe a la antigua. Como alimento para todos por igual y no comulga mucho con
las creencias de los mapuches. “Yo, los respeto. Ellos, me respetan”, dice.
Como esos boxeadores que giran y giran pero no se tocan.
Adrián de Vet, en cambio, se cuestiona.
—A veces siento culpa —dice—. Nos faltó
conocimiento en antropología, en lingüística. Podríamos haber rescatado cosas
huilliches que no consideramos. Mucha música, artesanía, rogativas que antes se
hacían. Pudimos haberlas integrado a la religión. O traído a especialistas.
Nosotros pensábamos en puros médicos, profesores, caminos, constructores… por
nuestra mentalidad alemana.
Pienso en el capuchino Sebastián Eglert, el
mítico misionero de Rapa Nui que hizo el primer museo y registró la cultura
isleña. O en el jesuita Gustavo le Paige, en San Pedro de Atacama. O en el
capuchino Ernesto Wilhem, que en 1600 hizo el primer diccionario mapudungún.
Verdaderos salvadores.
–Pude hacer más –dice de Vet–. Pero no lo supe
ver a tiempo.
El cacique mayor de toda la zona de la costa,
Antonio Alcafuz, un hombre en sus ochenta, experto en cosmovisión huilliche, me
dice:
–No es que los misioneros hayan querido cambiar nuestra cultura, “intencionalmente”. Les viene por añadidura. Por ejemplo, nos decían: “¡Dios te va a castigar si cortas el canelo!”. Pero el mapuche no piensa así. No hay mal ni castigo en la naturaleza. Solo soy yo que me salgo del camino correcto, cuando no hago mis ritos, mis rogativas, o si no pido permiso a la tierra. ¿Ve? El mapuche no tiene diablo. Y ahora todos creen que el diablo se les mete en el cuerpo.
Se siente el avance sutil y sombrío del
conflicto mapuche desde La Araucanía hacia el sur. Aunque en esta zona todavía
no se manifiesta en concreto, sí llegó a las mentes.
Voy a una rogativa en el internado de San
Juan. La ñaña (abuela) llama a los alumnos al círculo sagrado. No entran. Se
sientan a la sombra de los árboles. El rector del colegio trata de meterlos en
cintura pero tampoco lo logra.
—Nosotros vamos a un nguillatún de verdad
—dice uno de los escépticos– allá en Pichilafquenmapu.
El padre Adrián ejemplifica estos cambios con
una historia reciente.
—Fui por tercera vez a la casa de Juan, un
amigo mío huilliche del interior. Hacía tiempo que no lo veía por acá. Y sentía
pena por su indiferencia.
Las primeras veces lo negaban. La tercera vez
esperó hasta que el hombre salió.
—Llovía a cántaros. Yo empapado—dice De Vet—.
No me hizo pasar siquiera y, en el umbral de
la puerta, me dijo: “Me siento engañado. Ahora entendemos mejor las cosas. Y creo
que toda esa Iglesia suya ha ido en contra nuestra. Nos ha despojado de
nuestras creencias. De nuestra cultura. Ahora tenemos nuestro idioma, nuestros
conocimientos, nuestros líderes. Por eso rompo con usted, cura, y con toda su
Iglesia”.
—Asimismito, me dijo. ¡Y era mi amigo!
Claro, Adrián comprende que está pagando los
platos rotos de todos los misioneros que con la espada trataron de convertir a
los indígenas por la fuerza. Con azotes, engaños y castigos los hacían renegar
de sus rogativas y sus rehues. Hasta con exorcismos incluso. Arrodillándolos
sobre arvejas hasta que recitaran el catecismo. Convencidos que por el solo
hecho de aceptar a Dios, tendrían desarrollo, bienestar, trabajo, salud.
Todas las misiones evangelizadoras indígenas
tuvieron el mismo fin: la incomprensión. De los soldados que querían el
exterminio; del gobierno que quería chilenizarlos; y finalmente de los propios
mapuches, que querían volver a sus rituales. Porque, ¿es posible un mapuche
converso, que pertenezca a una etnia y siga otro credo y no los rituales, la
idiosincrasia que vienen ya con su lengua?
En el cementerio, las nuevas tumbas tienen símbolos mapuches en vez de cruces. Después de 450 años las viejas creencias regresan como el río Rahue a su cauce, suave y quedo. Inevitables. Como la brisa de la mañana, o las sombras oscilantes de los árboles.
Cuando el misionero Adrián estaba estilando
ante la puerta de Juan ,cuando el agua le caía por la cara y los hombros,
cuando luego de 48 años en tierra huilliche, después haber levantado la
escuela, el hospital y la radio AM, hombro con hombro y de haber construido
puentes y caminos sin quejarse de cansancio ni del frío, su amigo no lo hizo
pasar, por primera vez sintió algo parecido al abatimiento.
—Cuando él me cerró la puerta en las narices,
sentí incertidumbre del futuro— dice.
Los misioneros ya traspasaron el hospital al
Servicio de Salud y crearon una fundación para que se haga cargo del internado,
la escuela y la radio. No se sabe que destino tendrá el fundo de La Misión, de
200 hectáreas.
Sobre la mesa del comedor, el padre Adrián
tiene un puzzle de 2000 piezas que lleva 6 meses sin terminar. A veces coloca
una pieza, luego otra. Pasan días en que no lo toca. Se diría que tiene miedo
de poner finalmente la última.
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CAMPOS EN QUILACAHUIN
("Album de la Zona Austral de Chile, Juvenal Valenzuela, 1920)